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lunes, 14 de diciembre de 2015

LAICISMO PARA ESPAÑA. EL DÍA DESPUÉS

   
Como ya expuse en el artículo anterior sobre este tema, para declarar una “España Laica” es necesario cambiar la Constitución, que define el estado español como un “estado aconfesional” en colaboración con las distintas religiones de su población, y, en particular, con la Iglesia Católica. En la actualidad, el estado es colaborador pero se declara neutral ante las diferentes opciones religiosas de su población. Pues bien, el laicismo, en tanto que supone una supresión de lo religioso en el ámbito público, no deja de ser una opción religiosa del estado, la que siente todo lo religioso como ajeno; no es una opción en positivo (como sería elegir como propia una confesión religiosa determinada) pero es una opción en negativo; es, en verdad, una opción hostil contra la religión. ¿Y qué necesidad tiene el estado de adoptar una declaración en contra de las confesiones religiosas? Realmente, ninguna. Es tanto como declararle su hostilidad y su supresión de la vida pública a la organización más benefactora de todo el país, a la que supone en la práctica la mayor ONG de España (en cuanto al beneficio social que provoca, que no en su ser misma, pues no es una ONG). Resulta engañoso por parte de quienes defienden esta posición presentarla como una neutralidad del estado, puesto que la neutralidad es el modelo aconfesional que reza nuestra Constitución en vigor; el laicismo es una opción que rompe la neutralidad puesto que lo que hace es situarse en contra del hecho religioso.

   El día después de este nuevo modelo de estado tendría consecuencias inmediatas. Por ejemplo, la supresión de los capellanes de todos los hospitales públicos, de todas las cárceles, de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, del Ejército y las academias militares. Todos ellos se quedarían sin asistencia religiosa inmediatamente. Por supuesto, la salida de la religión del sistema de enseñanza sería otro de los primeros efectos. El estado podría seguir concertando la enseñanza con colegios laicos, pero acabaría con las concertaciones con colegios de ideario religioso, lo cual va en contra de la libertad de enseñanza y la libre elección de la educación por parte de los padres. El estado podría seguir colaborando con cualquier ONG pero no con Cáritas, con Federico Ozanám, Proyecto Hombre o con cualquiera que le mueva una motivación religiosa. ¿No es eso discriminación? A buen seguro que la población española no desea eso. Los ayuntamientos no podrán colaborar con comedores sociales, albergues de transeúntes ni con cualquier centro de atención social de los que tiene abiertos la Iglesia, precisamente por la motivación religiosa. En la prácitca, el estado no se quitaría de encima solo la religión, sino también a los pobres; los dejaría en nuestras manos y no colaboraría en tarea asistencial alguna si la organizaba o la motivaban las creencias religiosas de los fieles. Las creencias religiosas se convertirían en un estigma que impediría un trato entre iguales con respecto a quien no las tuviera.

   Otro aspecto que se vería tocado es el que se refiere al mantenimiento de los edificios artísticos de titularidad eclesiástica. Hasta ahora, las Administraciones colaboran con la Iglesia Católica para mantener en buen estado no pocas iglesias y catedrales. Dado el gran número de templos, la Iglesia Católica no podría sostenerlos todos con sus solos recursos. Cuando un edificio de interés artístico corriera riesgos, podría ser expropiado y nacionalizado para intervenir en él o dejarlo caer. Desde luego, y sobre todo en el ámbito rural, se perderían muchas iglesias, ermitas y santuarios. El patrimonio heredado de nuestros padres se vería desprotegido; a no ser que la Iglesia dejara de atender a la sociedad para dedicar sus recursos a la mejora de sus templos, cosa que no va a ocurrir porque sería tanto como abandonar la misión para la que existe. Edificios como la catedral de Córdoba o la de Jaca podrían ser arrebatados a la Iglesia al estilo Mendizábal. Los de “Podemos” ya se han interesado por hacerse con la titularidad pública de la seo jacetana, mientras que la Junta andaluza del PSOE ya intentó arrebatar la propiedad de la catedral cordobesa y los tribunales lo impidieron. Con una declaración de una España laica, podrían no solo hacerse con la titularidad pública sino, incluso, suprimir el culto y convertirlas en edificios civiles.

   Apelando a la aconfesionalidad del estado, hemos asistido en los últimos años a la retirada de los crucifijos de las escuelas públicas, de los hospitales, de los juzgados, de los salones de plenos en los ayuntamientos y en muchos otros lugares. Se ha hecho retirar la imagen de la Virgen del Pilar en los cuarteles de la Guardia Civil y otras imágenes de sitios públicos donde se encontraban los santos de devoción o los patronos. La ministra de Defensa Carmen Chacón intentó prohibir que los miembros de fuerzas y cuerpos de Seguridad del estado acompañaran, escoltaran o portaran imágenes o pasos en las procesiones de Semana Santa. No lo logró. Es más, todavía salen y entran en los templos a los acordes del Himno Nacional. Incluso, en muchos lugares donde no había tradición de este gesto de honor, lo han adoptado recientemente.


   Una declaración solemne de España como un estado laico se iría desarrollando con leyes y reglamentos llenos de prohibiciones ¿para cambiar nuestras costumbres, nuestras tradiciones?, ¿para cambiar lo que somos? Un país que respete los derechos de todos los ciudadanos no puede llenarse de prohibiciones. A la mayoría de los españoles no nos gustaría vivir bajo esa presión. Ya digo que lo han intentado en el pasado y que no lo han conseguido. No malgasten fuerzas ahora en calzarnos a la fuerza lo que no es más que la imposición de una ideología. Reconozcan lo que somos, lo que nos configura y dejen tranquilas nuestras libertades, que para eso son libertades. Dejen la declaración constitucional tal y como está y no quieran meter mal donde no es ni justo ni necesario.     

sábado, 28 de noviembre de 2015

EL LAICISMO VA CONTRA LA LIBERTAD, LA JUSTICIA Y LA DIGNIDAD

   Aunque con la actualidad marcada también por otros acontecimientos, sin embargo, España se dispone ya a enfilar su quinto proceso electoral dentro de este año; esta vez, y como colofón final, se trata de elecciones generales de las que saldrá el próximo Parlamento que encargará la tarea de Gobierno a un nuevo Ejecutivo. Todos los partidos se afanan en su campaña, en dar a conocer sus propuestas, en criticar a los adversarios, en mostrar su lado más humano en los medios de comunicación, en contrastar sus posturas en los debates y, en algunos casos, en ocultar sus verdaderas intenciones, pero todo forma parte del juego y de la estrategia política para intentar atraer más votos. El panorama se vislumbra abierto; el nacionalismo va a reducir notablemente su presencia y el bipartidismo va a dar paso a partidos emergentes hasta ahora ausentes en Las Cortes Generales. A priori, se ven necesarios los pactos para poder formar Gobierno y no se puede dar por hecho que pueda hacerlo la lista que vaya a ser la más votada, aunque, naturalmente, todo esto es adelantar acontecimientos y todo está por ver. Según los sondeos y los análisis previos, los indecisos se habrían reducido a la mitad en las últimas semanas aunque todavía suponen el 20% de la gente que piensa ir a votar. Podría parecer decisivo, pero podría también no serlo puesto que es posible que se fraccione entre los cuatro principales partidos o que, incluso, se pueda perder en otras siglas menos significativas que no vayan a alterar el resultado de las formaciones con opciones de protagonizar una sesión de investidura tras los comicios.

   Toda la izquierda -también la moderada- enarbola en sus programas el laicismo como un valor para nuestro país. La Constitución vigente, de 1978, define el estado español como un "estado aconfesional" que colabora con las distintas religiones del país y, en particular, con la Iglesia Católica. Claro, si se quiere aplicar la doctrina laicista, habría que cambiar primero esa definición en la Constitución. El laicismo supone, en la práctica, cortar todo tipo de colaboración con las confesiones religiosas, incluso sacarlas por completo de la vida pública y reducirlas al ámbito de lo privado. Pero ¿respondería eso acaso a la realidad española? Adelantar que esto no es La France. Independientemente de que practique mucho, poco o nada, la población en España se declara católica en más de un 80%. Siete de cada diez votantes de la opción socialdemócrata dice ser también católico. En España, hay un sentimiento religioso muy importante, en nuestras raíces y en nuestra idiosincrasia. Todos los pueblos tienen sus patronos, sus ermitas, sus vírgenes. En las grandes ciudades también. En muchas ocasiones, se da un sentimiento de identidad entre una ciudad y su Virgen o su patrono que es indisociable del sentir de sus gentes. Los municipios les dedican sus fiestas patronales. En nuestras calles se celebran abundantes desfiles procesionales, algunos de ellos cuentan con un reconocimiento turístico nacional e internacional. Las romerías son otras manifestaciones multitudinarias del sentir de la gente en torno a Dios, a la Virgen o a los santos. La inmensa mayoría de los neonatos son bautizados cuando son bebés. Y otro dato curioso: donde más gente se congrega en España es los estadios de fútbol; y, sin embargo, la cifra total de espectadores es superada por la que nos da la gente que ha ido a misa cada domingo. Por tanto, adonde más acude la gente en España es a la misa dominical. ¿Por qué luchar contra esta realidad? ¿Es que a alguien le cuesta asumirla? Es la España de las libertades la que ha optado por esto, no viene impuesto por nadie. ¿Por qué ir, entonces, contra el sentimiento mayoritario del pueblo español? "Para que cambie" puede decir alguno, pero... ¿para qué?

   La fórmula actual que recoge la Constitución en vigor es respetuosa y colaboradora. La que se quiere introducir es beligerante con el hecho religioso. ¿Por qué cambiar de reconocer, valorar y colaborar con las religiones y pasar a contrarrestarlas, a combatirlas, a sacarlas del ámbito público? Esto nos suena a cuento ya sabido y es que en España ya ha habido otras épocas en las que se ha mostrado beligerancia oficial con la religión, con el cristianismo en particular. El resultado ha sido siempre el mismo: que no lo han conseguido parar. Lo han podido reprimir, pero no lo han logrado detener. Como diría Gamaliel, "aquello que proviene de Dios no puede morir". ¿Por qué ahora, pues, resucitar esos fantasmas del pasado? Si el problema está, por ejemplo, en la violencia que proviene de algunos que profesan el Islam, pues que vigilen o persigan esa forma de Islam, pero que no se use como pretexto para ir contra otros o contra todos. El cristianismo, la Iglesia Católica, ¿tiene un efecto pernicioso en nuestra sociedad, en nuestro sistema de valores o de libertades, es un peligro para la población, se comporta con irresponsabilidad o conviene, por el bien común, extirparla de nuestro ordenamiento? Todo lo contrario. La Iglesia en España se autofinancia en un 75%. El 25% restante le llega, con la colaboración de la Administración pero sin dinero de la Administración; es la aportación voluntaria que hace libremente quien lo indica en su declaración de la renta. Por tanto, la actividad de la Iglesia le cuesta al estado español cero euros. Y sin embargo, recibe de ella, en bien de la sociedad y de la población, más que de ninguna otra institución ni asociación ni ONG. A través de Cáritas, de las parroquias, de los grupos apostólicos, de hermandades y cofradías, de sacerdotes, religiosos y religiosas. Es incalculable el beneficio social que la Iglesia española aporta en la atención y asistencia a familias y a personas: parados, dependientes, enfermos, mayores, protección infantil, protección y promoción de la mujer, personas mayores, inmigrantes, personas solas y con las más variadas problemáticas. Sus medios son sus voluntarios, casas de acogida, comedores sociales, albergues, formación, residencias, hospitales, roperos solidarios... y eso, precisamente, solidaridad con los más necesitados. Según nuestra legislación actual, el estado debe favorecer y colaborar en esa acción social. Según una legislación laicista, el estado no podría colaborar porque las llevan a cabo instituciones religiosas. Aunque sí podría colaborar con otras entidades u ONGs si no tienen carácter religioso. Pueden preguntar a esos millones de personas que atendemos cada año qué piensan de la laicidad del estado y del laicismo en España. Cerrar esa colaboración sería absurdo, injusto e insolidario con la población. Al fin y al cabo, nuestros legisladores están bien pagados y no ensucian sus manos asistiendo a la gente que atiende la Iglesia Católica. Los despachos, contra la realidad de la calle; la ideología, contra la justicia, la libertad y la dignidad de todos los seres humanos.

   Pero, al margen de toda esta realidad, hay algo en lo que la izquierda se muestra muy sensible y es la presencia de la religión en las escuelas. ¿Hemos consagrado o no en nuestra España democrática un sistema de libertades? ¿Por qué razón práctica o socialmente aceptable no puede impartirse religión en los colegios? No se obliga a nadie; solo van los alumnos que quieren ir, o aquellos cuyos padres desean que sus hijos hagan religión. Entonces, volvemos al tema de la beligerancia, convertida en intransigencia o prohibición. ¿Nos hace más libres prohibir la religión en la educación? Más bien estaremos coartando la libertad de quienes la desean. Si los que no la desean no la hacen, entonces es imponer su opción a los demás. Hagámonos otra pregunta: ¿es que la religión es una influencia nociva, negativa en nuestros niños y jóvenes para impedir que se enseñe en el ámbito escolar? ¿Se enseñan valores que nos ayudan como seres humanos y como sociedad o es algo que daña a quien la recibe? Y si propone valores que ayudan, ¿por qué entonces ir en su contra? No se necesitan demasiados conocimientos de antropología para saber que el sentimiento religioso configura al hombre. Y si lo configura, es bueno para él que forme parte de una educación escolar integral. ¨Su negación es negar una parte de lo que somos. Tampoco hacen falta muchos conocimientos de historia para saber que el cristianismo es la base de todo nuestro sistema de valores occidental. ¿Cómo hacer entonces una negación y una lucha contra nuestra propia matriz mientras seguimos defendiendo esos mismos valores? La contradicción, por tanto, es manifiesta.

   Por cierto, ¿sabían ustedes que la Iglesia Católica ayuda a todos por igual sin hacer distinción alguna ni de raza ni de sexo ni de nacionalidad ni de religión? No, no los mira así ni los clasifica; en cada uno de ellos ve un hijo de Dios, un ser humano con toda su dignidad sin que sea superior o inferior a otros en razón de cualquier distinción. Pues eso.   

martes, 30 de noviembre de 2010

¿QUE NO EXISTE LAICISMO RADICAL EN ESPAÑA?

Quien diga que no lo hay es porque es uno de los que lo propagan o porque no
se entera de la realidad de donde vive. Resulta que Benedicto XVI viene a
España y en la rueda de prensa que concede en el avión, se refiere a que hay
ahora en España “un anticlericalismo radical semejante al de la década de los
años treinta”. Y eso, que tantos llevamos años sufriendo en silencio, causa
que los protagonistas que lo originan lo nieguen o se rasguen las vestiduras.
Algún periódico publicaba lamentablemente como primera noticia de portada,
a varias columnas, “El Papa viene en son de guerra”.

Ahora sí; ahora es muy fácil agarrarse a la pederastia y a los casos de
pedofilia en sacerdotes para levantar con cierta razón la bandera anticlarical.
Pero esto no nace ahora. En España siempre han convivido mejor o peor las
dos facciones, en sus versiones moderadas y en sus versiones extremas: las de
los católicos a ultranza y la de los anticlericales a ultranza. Pero el ambiente
actual no nace de los casos de pederastia de los curas; nace de catorce años
consecutivos de los gobiernos de Felipe González, del consecuente cuasi
monopolio de los medios de comunicación y de los seis años, largos seis años,
del gobierno de Rodríguez Zapatero. Estos son los que han ido convirtiendo en
radicales a los anticlericales moderados. Ahora ya no los hay moderados; han
desaparecido. Ahora todos los que son lo son desde un radicalismo legítimo,
pero muy poco respetuoso y democrático. Y es que han conseguido llevar el
principio de laicidad al campo del laicismo. Y lo que pedía el Papa era,
precisamente, no un enfrentamiento, sino un diálogo entre laicidad y fe,
dentro, incluso, de una complementariedad necesaria para la sociedad. ¡Qué
calidad humana e intelectual la del Papa Ratzinger!

No desvelo ningún secreto si digo que proporcionalmente, conforme se va
difamando y desprestigiando a la Iglesia Católica en nuestro país, se va
favoreciendo el desarrollo y establecimiento del Islam. Bien, es revertir los
largos siglos de Reconquista y que sentaron las bases de la España moderna.
Una religión extiende el precepto de amar a todos, incluso a los enemigos, perdonando
las ofensas e injurias; la otra, propugna convetir al Islam a quien no es de él
o darle muerte para gloria de Dios.No es difícil adivinar hacia dónde nos conducen los acontecimientos actuales.
Que cada cual saque sus conclusiones.

Pero, miren ustedes. Lo que yo quería con este artículo era demostrar que el
Papa tenía razón en sus afirmaciones. ¿Han leído ustedes las leyes de la
Segunda República Española? La Constitución, por ejemplo. ¿Sabían que
llegaron a expulsar a órdenes religiosas enteras de España? No, no era por
pederastas, ni por corruptos, ni por malas personas; era sólo porque eran
religiosos y “no eran productivos”. ¿Sabían también que asesinaban curas,
violaban monjas e incendiaban iglesias, profanando los objetos de culto? Sí,
eso algunos creen que fue sólo durante la Guerra, pero durante la Guerra fue
la desbandada general. Estas cosas sucedían ya en tiempos de la República,
con la connivencia y complacencia del Gobierno. ¡Hombre -me dirán-, esto no
es lo que pasa ahora! Pues claro que no. Como que España se quedaría aislada
y expulsada de la UE inmediatamente porque dejaría de ser de facto un
estado de derecho. Por otra parte, ahora que hemos conocido los relatos que se
escribieron entonces por parte de testigos presenciales, estremece conocer el trato
de ensañamiento, torturas, vejaciones, incluso castraciones de obispos, que precedieron
a los fusilamientos de los mártires de la Guerra Civil española ("mártires de la peresución
religiosa en España durante el siglo XX" los llama oficialmente la Iglesia).

Verán. El Gobierno de Zapatero ha renunciado al proyecto que tenía de una
ley sobre libertad religiosa porque, con esto de la crisis, se ha quedado en el
Parlamento más solo de lo que ya estaba. Y quizás fuera una de las
condiciones impuestas por vascos y canarios para apoyar los presupuestos
generales y evitar, así, las elecciones anticipadas y, por ende, la caida en
picado de Zapatero y el fin de su vida política. Si ya gozamos de libertad
religiosa, ¿qué necesidad hay de una ley para regular la libertad religiosa? La
respuesta es que esa ley no puede ser sino para restringir la libertad que lleva
por título. ¿No recuerdan la proposición de ley del tripartito catalán para que
si un cura o un obispo quisiera celebrar una misa en una iglesia o catedral
tuviera que obtener el permiso del ayuntamiento? ¿Saben que existen
España asociaciones cuya existencia es única y exclusivamente la aplicación
del laicismo en la sociedad? Pretenden evitar que suenen canciones religiosas
por los altavoces de las iglesias, que toquemos las campanas a ciertas horas o
para llamar a misa, que las procesiones se hagan por el interior de los
templos. Es decir, que no quede ni rastro público de una manifestación
religiosa en la calle. Coincide con el deseo del Gobierno de encerrarnos en las
iglesias. Recuerdo al secretario de organización del PSOE, en la campaña
electoral de 2008, decirles a los obispos que sólo pueden hablar de política si
se presentan a las elecciones. ¡De risa; o de pena, según se mire! Bonito modo
de entender la libertad de expresión cuando no coincide con mi punto de
vista. Zapatero dramatizó un enfrentamiento con la Conferencia Episcopal,
que para él es como un grano molesto al que tiene que darle pomada de vez
en cuando porque no puede extirparlo, y acabó cenando en la casa del Nuncio Tagliaferri, mientras le
contaba a Gabilondo a micrófono “cerrado” en los estudios de la radio, que
iba a dramatizar porque crear tensión favorecía a su partido.

Nuestro Presidente, amigo de gestos elocuentes como permanecer sentado al
paso de la bandera de los Estados Unidos, ya le dio el plante al Papa en
Valencia. Pero esta vez, el día que el Papa venía a Santiago de Compostela,
viaja por sopresa a visitar a nuestros soldados en Afganistán. Elocuente
también su entrevista de cinco minutos con el Pontífice a su despedida en
Barcelona. Ni al Papa ni a los cristianos españoles nos hace ninguna falta su
presencia, pero nos gustaría un Presidente que fuera más responsable y que
supiera estar donde le corresponde en el momento que le corresponde. Al fin
y al cabo, nos representa a todos y representa al Estado español. Luego es
capaz, como buen ateo, de ir a dirigir una sesión de oración sólo para poder
coincidir con Obama. Qué cinismo el de nuestra segunda mayor autoridad.
Bueno, y para no alargar ya esto más, la guinda. Justo cuando el Papa se
marchaba, un diputado dijo en el Parlamento que la Iglesia Católica es “una
garrapata que le cuesta al Estado 6.000 millones de euros, justo lo que el
Gobierno pretende ahorrar”. O sea, nos llama parásitos y falta a la verdad.
Porque, con su acción social, la Iglesia paga los 50.000 millones que tendría
que desembolsar cada año el Gobierno para mantener la misma cobertura
social, Y eso con el dinero de los católicos, no con el de las arcas públicas.

Pero hay más. Mientras el Obispo de Roma hablaba en Santiago y en
Barcelona, había manifestaciones en su contra, con burlas, chanzas, parodias,
y pancartas. En una pancarta pude leer: “Papas sí, pero al horno”. Otra
pegaba un poco más fuerte: “Las iglesias iluminan... Cuando arden”. La agencia de noticias EFE
envió una nota a todos sus redactores ordenando que la palabra "Papa" la escribieses con letras
minúsculas.

Que cada uno juzgue si hay o no anticlericalismo radical y si esto se parece o no al
de la segunda República; salvando la distancias, claro. Precisamente, cuando
se dice que algo se parece a otra cosa, se afirma implícitamente que ambas se
diferencian. Pero negar lo evidente resulta es cosa sólo de necios... O de interesados.



martes, 23 de febrero de 2010

DE CRUCIFIJOS Y JACULATORIAS



Hace tiempo que en los hospitales públicos no he visto un solo crucifijo ni ninguna otra
imagen religiosa fuera del espacio reservado a capilla, de modo que el paciente que
quiere tener un Cristo, una Virgen del Pilar u otro símbolo cristiano similar, se lo trae él
mismo y se lo pone en su mesilla.
Siempre he estado creído de que ocurría lo mismo en los colegios públicos. De hecho,
recuerdo que hace algunos años ya surgió la polémica acerca de si se retiraban o no de
los centros escolares públicos. La medida de retirarlos me parece normal cuando son
sedes del Estado y el Estado se autoproclama aconfesional. Ojo, también estaría de
acuerdo en que estuvieran por considerarlos parte de la identidad y de la historia de
España, como resolvieron en Italia. Pero bueno, se decidió así, pues bien está. Al fin y
al cabo, nuestra sociedad es plural. Aunque, claro, la pluralidad no puede ser un
pretexto o una justificación para cercenar la libertad de expresión, indicador infalible de
la calidad y la veracidad de una democracia.

Recientemente ha surgido una nueva polémica después de suprimir los crucifijos de los
actos de protocolo del Estado (toma de posesión de ministros, acto a los caídos en el
Ejército -contradicción con la letra que lo acompañan y que dice: “...con la certeza que
Tú ya lo has devuelto a la vida, ya le le has llevado a la luz”-. Esta vez consiste en la
voluntad de que los colegios concertados, puesto que reciben dinero público, también
deberían supuestamente retirar sus símbolos religiosos. Pero claro, la cruz es el símbolo
cristiano por excelencia. En este caso, como el Estado aporta dinero público a los
partidos políticos y a los sindicatos, debería también obligarles a retirar sus logotipos en
aras de la misma pluralidad y puesto que el Estado no se identifica con ninguno de ellos.
Lo mismo debería pasar con los bancos que han recibido dinero público para garantizar su
liquidez. Y con las empresas que el Estado ha apoyado a cambio de nada para que puedan
mantener los puestos de trabajo. Todos logotipos fuera. Absurdo, ¿no? Pues eso. Lo
mismo con los colegios concertados. Para aplicar un concierto, el Estado revisa
previamente el ideario del centro y verifica que se ajusta a la Constitución y a los
valores democráticos que promueve el Estado, su adecuación a los Derechos Humanos,
etc. Si lo concierta, es que todo está en regla. Y si está en regla, aprueba que un
colegio eduque en valores cristianos, que son los de que definen al centro escolar. Los
padres que solicitan plaza para sus hijos en esos colegios concertados saben de antemano
de la educación y los valores cristianos que proclaman y, si solicitan la plaza en ellos, es
porque los aceptan. Así, no es necesario retirar ningún símbolo religioso de sus paredes
porque a nadie esconden su intención y quien viene lo hace sabiendo que esas
representaciones están en sus paredes porque es para ellos como su logotipo, su seña de
identidad. Es igualmente absurdo que se apruebe el ideario cristiano del centro y se
desapruebe poner un crucifijo o una imagen de la Virgen o de los santos. Esta polémica,
pues, no tiene sentido alguno y el Estado no debe contradecirse: Si concierta, acepta los
símbolos; si no quiere aceptarlos, que no los concierte. Pero en ese caso irá contra la
libertad de expresión, contra la libertad de enseñanza y contra los valores democráticos
que está obligado a garantizar.

Echando un vistazo hacia atrás, veo que no ha pasado sino poco más de un año desde una
campaña que una asociación laicista lanzó en los autobuses de varias ciudades invitando a
no creer en Dios. Están en su derecho, naturalmente, aunque algunas ciudades les
negaron el “placet” para exhibir sus carteles en el transporte urbano. Una de estas
mismas asociaciones se presentó no hace mucho una mañana en las oficinas de la Casa de
la Iglesia en Zaragoza para entregar doscientas solicitudes de apostasía. También están
en su derecho, faltaría más. La última es que han presentado ante el Ayuntamiento de
Zaragoza una petición formal de que se prohíba que por la megafonía exterior de la
Basílica del Pilar se cante un minuto tres veces al día “bendita y alabada sea la hora en
que María Santísima vino en carne moral a Zaragoza, a Zaragoza. Por siempre sea, por
siempre sea bendita y alabada”. La razón aducida es el laicismo y la contaminación
ruidosa del ambiente que circunda al Santuario Mariano. (No sé lo que harían con una
mezquita en el mundo árabe, que llama durante horas por megafonía a la oración CINCO
veces al día). Supongo que más tarde vendrán las procesiones; luego, la vestimenta de
los curas por la calle, y más, todo para terminar enceerrándonos en las sacristías, que
no es un laicismo sano y respetuoso, sino la dictadura de la no-religión. Porque cuando
unos cuantos se asocian para defender algo, para aportar algo a la sociedad, es algo
interesante y digno de ser apoyado y secundado; pero cuando la única finalidad de una
asociación es crearse contra otra, no merece que se le preste la mínima atención. No
nos engañemos, este tipo de asociaciones no proponen nada ni defienden nada, sólo están
para ir contra la Iglesia Católica y recortar su libertad de expresión y de difusión de su
propuesta a la sociedad. Es lamentable que tengamos que ir acostumbrándonos a oír y
responder a este tipo de agrupaciones, pues encuentran un eco fácil en los medios de
comunicación y son fabulosas minorías a las que se les concede un tiempo
desproporcionado al que les correspondería según el número de la gente a la que
representan.

 Estaría bien que empezaran por dedicar los fondos de sus asociaciones a
crear un tejido de acción social similar al de la Iglesia Católica; y cuando consigan
igualarlo, podremos hablar de igual a igual y reclamar los mismos derechos. Y aun en
ese caso, les llevaremos dos mil años de ventaja en identidad, ideología y servicio a la
sociedad.