martes, 23 de febrero de 2010

DE CRUCIFIJOS Y JACULATORIAS



Hace tiempo que en los hospitales públicos no he visto un solo crucifijo ni ninguna otra
imagen religiosa fuera del espacio reservado a capilla, de modo que el paciente que
quiere tener un Cristo, una Virgen del Pilar u otro símbolo cristiano similar, se lo trae él
mismo y se lo pone en su mesilla.
Siempre he estado creído de que ocurría lo mismo en los colegios públicos. De hecho,
recuerdo que hace algunos años ya surgió la polémica acerca de si se retiraban o no de
los centros escolares públicos. La medida de retirarlos me parece normal cuando son
sedes del Estado y el Estado se autoproclama aconfesional. Ojo, también estaría de
acuerdo en que estuvieran por considerarlos parte de la identidad y de la historia de
España, como resolvieron en Italia. Pero bueno, se decidió así, pues bien está. Al fin y
al cabo, nuestra sociedad es plural. Aunque, claro, la pluralidad no puede ser un
pretexto o una justificación para cercenar la libertad de expresión, indicador infalible de
la calidad y la veracidad de una democracia.

Recientemente ha surgido una nueva polémica después de suprimir los crucifijos de los
actos de protocolo del Estado (toma de posesión de ministros, acto a los caídos en el
Ejército -contradicción con la letra que lo acompañan y que dice: “...con la certeza que
Tú ya lo has devuelto a la vida, ya le le has llevado a la luz”-. Esta vez consiste en la
voluntad de que los colegios concertados, puesto que reciben dinero público, también
deberían supuestamente retirar sus símbolos religiosos. Pero claro, la cruz es el símbolo
cristiano por excelencia. En este caso, como el Estado aporta dinero público a los
partidos políticos y a los sindicatos, debería también obligarles a retirar sus logotipos en
aras de la misma pluralidad y puesto que el Estado no se identifica con ninguno de ellos.
Lo mismo debería pasar con los bancos que han recibido dinero público para garantizar su
liquidez. Y con las empresas que el Estado ha apoyado a cambio de nada para que puedan
mantener los puestos de trabajo. Todos logotipos fuera. Absurdo, ¿no? Pues eso. Lo
mismo con los colegios concertados. Para aplicar un concierto, el Estado revisa
previamente el ideario del centro y verifica que se ajusta a la Constitución y a los
valores democráticos que promueve el Estado, su adecuación a los Derechos Humanos,
etc. Si lo concierta, es que todo está en regla. Y si está en regla, aprueba que un
colegio eduque en valores cristianos, que son los de que definen al centro escolar. Los
padres que solicitan plaza para sus hijos en esos colegios concertados saben de antemano
de la educación y los valores cristianos que proclaman y, si solicitan la plaza en ellos, es
porque los aceptan. Así, no es necesario retirar ningún símbolo religioso de sus paredes
porque a nadie esconden su intención y quien viene lo hace sabiendo que esas
representaciones están en sus paredes porque es para ellos como su logotipo, su seña de
identidad. Es igualmente absurdo que se apruebe el ideario cristiano del centro y se
desapruebe poner un crucifijo o una imagen de la Virgen o de los santos. Esta polémica,
pues, no tiene sentido alguno y el Estado no debe contradecirse: Si concierta, acepta los
símbolos; si no quiere aceptarlos, que no los concierte. Pero en ese caso irá contra la
libertad de expresión, contra la libertad de enseñanza y contra los valores democráticos
que está obligado a garantizar.

Echando un vistazo hacia atrás, veo que no ha pasado sino poco más de un año desde una
campaña que una asociación laicista lanzó en los autobuses de varias ciudades invitando a
no creer en Dios. Están en su derecho, naturalmente, aunque algunas ciudades les
negaron el “placet” para exhibir sus carteles en el transporte urbano. Una de estas
mismas asociaciones se presentó no hace mucho una mañana en las oficinas de la Casa de
la Iglesia en Zaragoza para entregar doscientas solicitudes de apostasía. También están
en su derecho, faltaría más. La última es que han presentado ante el Ayuntamiento de
Zaragoza una petición formal de que se prohíba que por la megafonía exterior de la
Basílica del Pilar se cante un minuto tres veces al día “bendita y alabada sea la hora en
que María Santísima vino en carne moral a Zaragoza, a Zaragoza. Por siempre sea, por
siempre sea bendita y alabada”. La razón aducida es el laicismo y la contaminación
ruidosa del ambiente que circunda al Santuario Mariano. (No sé lo que harían con una
mezquita en el mundo árabe, que llama durante horas por megafonía a la oración CINCO
veces al día). Supongo que más tarde vendrán las procesiones; luego, la vestimenta de
los curas por la calle, y más, todo para terminar enceerrándonos en las sacristías, que
no es un laicismo sano y respetuoso, sino la dictadura de la no-religión. Porque cuando
unos cuantos se asocian para defender algo, para aportar algo a la sociedad, es algo
interesante y digno de ser apoyado y secundado; pero cuando la única finalidad de una
asociación es crearse contra otra, no merece que se le preste la mínima atención. No
nos engañemos, este tipo de asociaciones no proponen nada ni defienden nada, sólo están
para ir contra la Iglesia Católica y recortar su libertad de expresión y de difusión de su
propuesta a la sociedad. Es lamentable que tengamos que ir acostumbrándonos a oír y
responder a este tipo de agrupaciones, pues encuentran un eco fácil en los medios de
comunicación y son fabulosas minorías a las que se les concede un tiempo
desproporcionado al que les correspondería según el número de la gente a la que
representan.

 Estaría bien que empezaran por dedicar los fondos de sus asociaciones a
crear un tejido de acción social similar al de la Iglesia Católica; y cuando consigan
igualarlo, podremos hablar de igual a igual y reclamar los mismos derechos. Y aun en
ese caso, les llevaremos dos mil años de ventaja en identidad, ideología y servicio a la
sociedad.

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