El papa Francisco acaba de proponer dejar de calcular la Pascua cristiana de la forma que se ha hecho hasta ahora y situarla en el calendario, de manera estable, el segundo domingo de abril. De esta manera, cada primer domingo del mes de abril sería Domingo de Ramos y la Semana Santa sería la primera semana completa que nos sirviera el cuarto mes del año. Esto dejaría en domingos fijos la Ascensión del Señor, Pentecostés y el Corpus Christi. También el miércoles de ceniza y las solemnidades del Sagrado Corazón de Jesús y de Jesucristo Sumo y Etero Sacerdote dejarían de bailar en el calendario. El Papa busca el acuerdo con las Iglesias Evangélicas y Ortodoxas para que pueda llevarse a efecto. ¿Tiene algún sentido este cambio? Veamos.
En la actualidad, considerada de extremo a extremo, la Semana Santa puede distanciarse hasta cuatro semanas en el calendario. En mi ya larga vida, lo más pronto que la he visto celebrar ha sido coincidiendo la fiesta de San José (19 de marzo) con el Domingo de Ramos; y la fecha más tardía que recuerdo es coincidiendo la fiesta de San Jorge (23 de abril) con el Domingo de Resurrección. Esa distancia se debe a cómo se den las fases lunares en la primavera. Hasta ahora, el primer domingo de la primavera que tenga luna llena es determinado como el Domingo de Pascua, y en torno a él se fijan el resto de fechas en el calendario. Sin embargo, este modo de cálculo es una desviación del modo de calcular la pascua judía. Y es que la pascua judía se establece el primer sábado de luna llena de la primavera. En la tradición cristiana, se dejó de santificar el sábado para celebrar las reuniones litúrgicas el domingo, día de la resurrección del Señor. Por esta razón, si la luna llena cambia de fase el domingo, la pascua judía y la cristiana diferirán cuatro semanas en el tiempo.
En el calendario cristiano, algunas fechas están establecidas con carácter simbólico y catequético. Por ejemplo, desconocemos totalmente la época del año y la fecha en que nació Jesús. Su celebración se hace coincidir con el solsticio de invierno porque es el día que el sol está más cerca de la tierra. Zacarías, en el cántico del Benedictus, se refiere a Jesús como "el sol que nace de lo alto". Además, el 25 de diciembre, las religiones paganas celebraban la fiesta del Sol Invencible. Así, la Iglesia significa que la noche de Navidad es aquella en la que Dios está más cerca del hombre, más cerca de la tierra; tanto, que irrumpe en ella con el nacimiento de su Hijo. En las antípodas de la Navidad, el 24 de junio, se celebra el nacimiento del Precursor, Juan el Bautista, quien afirma de Jesús: "Conviene que yo mengüe para que él crezca", siendo que a partir del solsticio de verano, la luz del día (Juan) comienza a menguar mientras que a partir del día de Navidad la luz del día (Cristo) comienza a crecer.
Ahora bien, con respecto a la Pascua cristiana hay una diferencia importante y es que sí conocemos la fecha del día exacto en que murió Jesús: el día siete de abril. Los testimonios históricos de la época avalan que Jesús murió la víspera de la pascua judía del año 33. Viendo el primer sábado de la primavera que tuvo luna llena, deducimos facilmente que la víspera (Viernes Santo) equivale a nuestro siete de abril. Es inevitable que ese día fluctúe entre los siete días de la semana, pero, si la propuesta papal sale adelante, el día 7 de abil caería siempre dentro de la Semana Santa y, en algunos años, sería, incluso, el propio día del Viernes Santo. El asunto tiene, por tanto, su razón de ser. A las razones históricas habría que añadir las razones prácticas que se derivarían en cuanto a la distribución de los trimestres en el calendario escolar, la estabilidad en las fechas de celebración de primeras comuniones, confirmaciones, romerías y otras celebraciones religiosas que dependen directamente de la fecha de la Pascua cristiana. Puesto que ya se abandonó la coincidencia con la pascua judía, no debería ser ahora mayor problema que la propuesta de Francisco fuera aceptada y aplicada en todo el mundo cristiano.
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