He tenido noticia estos días de que
en un significado pueblo aragonés se va a conceder licencia a un grupo de
musulmanes para abrir una mezquita. El asunto ha producido división de opiniones
pero hay gente que afirma que el consistorio ha retrasado la licencia para que
el asunto no influyera en las pasadas elecciones municipales del día 24 de este
mes de mayo, pensando que podría hacerle perder votos de aquellos electores que
se vieran contrarios a la medida. A mí, personalmente, no me parece mal. En
otros muchos pueblos y ciudades las hay y no generan conflicto alguno. Pero,
sobre todo, me parece bien porque defiendo nuestro sistema de libertades y la
libertad de religión y de culto no solo están garantizados en nuestra
Constitución sino también en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Lo mismo que yo valoro mi libertad de conciencia, de religión y de culto, he de
estar dispuesto a reconocérsela a cualquiera de mis semejantes, siempre y cuando
la ejerzamos en un marco común de derechos y obligaciones. Lo contrario es pura
hipocresía.
Supongo yo que los detractores, como otras tantas veces he
escuchado, aducirán que a nosotros no se nos permite levantar iglesias en los
países musulmanes; y eso es cierto. Pero nunca puede convertirse en un pretexto
para renunciar a nuestros principios. La libertad religiosa y de culto forma
parte de nuestros valores cristianos y occidentales, y el hecho de que a
nosotros se nos nieguen en otras culturas no puede ser motivo para que
renunciemos a ellos. Siempre que yo quiera manifestar pública o privadamente mi
conciencia religiosa y mi culto cristiano, estoy en la obligación de reconocerle
ese mismo derecho a otra persona. Insisto: forma parte de mis valores
cristianos.
El nuestro es un país que absorbe población emigrante, a diferencia de sus países de procedencia, que no absorben sino que desplazan parte de su población a otros países. Si vienen al nuestro, nosotros hemos de comportarnos respetando nuestros valores consecuentemente y con honestidad. Porque una cosa es que haya sectores de población minoritarios y otra diferente es que se quiera ignorar que están entre nosotros. Los derechos que rigen para nosotros deben regir igualmente para ellos; no son otra cosa que seres humanos en busca de una vida digna huyendo del hambre y la miseria. Incluso si sus intenciones pudieran ser otras, no podemos negarles los derechos fundamentales que consagra nuestro sistema de libertades. Es una cuestión de principios.
La vida nos lleva a situaciones verdaderamente curiosas y llamativas. Fíjate, amigo lector, que cuando he estado en tierras musulmanas o judías no he encontrado oposición alguna para celebrar la misa; sin embargo, cuando se ha coartado mi libertad religiosa y el ejercicio libre del culto ha sido -contra las leyes de Dios y las de mi propio país- en mi propia tierra, por parte no de musulmanes ni judíos sino de personas bautizadas en la fe católica. ¡Cosas de la vida! Pero por eso mismo, porque defiendo mi propia libertad, es necesario que dé su mismo valor a la libertad de los demás. Mezquita, sí.
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