Ser cristiano es cosa seria. No es
un juego ni una frivolidad ni siquiera un modo de calmar la conciencia de los
propios remordimientos. Lo digo porque en la piedad popular se ven cosas muy
estrambóticas y surrealistas en torno al hecho religioso. Hay personas que no
tienen un mínimo sentir cristiano y que se enfundan un hábito en Semana Santa
para salir en una procesión con el caperuzo de penitente. Personas que atacan a
la Iglesia, que ofenden a Dios de forma sistemática y que pasan a besar un
Cristo. Gente que hace daño, mucho daño a los demás pero acude a una romería
como si tal cosa. Cierto es que solo Dios conoce el corazón y la conciencia de
cada uno, pero no es menos cierto que a Jesús lo entregaron con un beso. Y que
las obras de cada uno en el día a día muestran dónde estamos realmente.
Meditando esta Semana Santa en la Pasión del Señor Jesús, recordaba que los
mismos que lo condenaron a muerte se marcharon desde el Gólgota a toda prisa a
honrar a Dios porque era la hora de preparar la cena de su pascua. Se fueron a
dar culto a Dios cuando lo tenían con ellos y lo acababan de asesinar. ¿Acaso
pudo Dios recibir con agrado ese culto de manos manchadas? Desde luego que no. Y
es que una cosa es el lado superficial que mostramos y otra bien distinta puede
ser el mundo interior en el que vivimos. El culto son ritos externos, pero la
procesión, la procesión auténtica, debe ir por dentro. Si no es así, somos más
hipócritas que los fariseos y los saduceos de aquel Sanedrín. Pues eso.
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