lunes, 7 de febrero de 2011

JUAN PABLO II, EL SANTO PADRE

¡ALABADO SEA jESUCRISTO! De esta manera comenzaba cada uno de sus discursos. Su vida era una continua alabanza a Jesucristo, concretada en la constante defensa de la dignidad de todo ser humano. Durante casi tres décadas ocupó la silla de Pedro, el Pescador de Galilea. Veintiocho años en un pontificado son muchos años, pero en una persona que no paraba, que no sabía parar, dan para mucho. No quiero entretenerme en cifras, cosa que ya hacen otros medios, sino que quiero resaltar más bien su intensidad humana y creyente.

Juan Pablo II fue el Papa que vino a vernos. Vino a vernos, prácticamente, a todos. Vino a nuestras ciudades, a nuestras iglesias, a nuestras plazas, a nuestras casas. Ha sido la persona más vista y conocida en todo el mundo y en toda la historia. Su amplísima documentación, que recoge encíclicas, exhortaciones apostólicas, discursos, mensajes, mottu proprios, se extienden también a un nuevo Código de Derecho Canónico y a un nuevo Catecismo de la Iglesia Católica. Tocó la Iglesia desde fuera y desde dentro. Y tocó también el mundo. Despertó todo menos indiferencia. Desde los más fervientes seguidores a los más feroces detractores. Un Papa que hizo su cruzada particular contra el marxismo hasta provocar su caída en Europa. No así en América Latina, donde adoptó actitudes bien distintas con los dirigentes de la dictadura cubana frente a los sandinistas de Nicaragua.

Era un hombre de Dios. La oración personal ocupaba una buena parte de su jornada y con ella estrenaba cada día. Sentía sobre sus espaldas las responsabilidades de todo lo que sucedía en el mundo. Sus discursos urbi et orbi y los ángelus de cada domingo estaban plagados de referencias a la situación y los problemas internacionales. Trataba de tú a tú a todos los Jefes de Estado, expresando ante ellos lo que a él más le interesaba en defensa de los derechos fundamentales, de la libertad religiosa y de la paz y el desarme mundiales.

El Papa Juan Pablo convocó un jubileo especial, con un trienio de preparación, con motivo de la llegada del año 2000 y del comienzo del Tercer Milenio. Dos milenios de Jesucristo en el mundo. Ésa era para él la razón a celebrar. Destacó también, hasta con nueve años de celebraciones especiales, el quinto centenario, en 1992, de la evangelización de América. Un aragonés, el Arzobispo Santos Abril, fue su profesor de español. Wojtyla descubrió que la mitad de los católicos del mundo rezaban en español. "No se puede ser Papa y no hablar español" llegó a afirmar a Monseñor Abril.

Su casa era una casa abierta a todos. Estableció la costumbre de llenar su capilla diariamente de sacerdotes, religiosos y religiosas, también seglares, que quisieran compartir con él la Eucaristía de cada mañana, lo que nos dio la oportunidad a muchos de visitar su estancia y de concelebrar con él en la intimidad. Después saludaba en la biblioteca particular a cada uno de los asistentes. A veces invitaba a su mesa a pobres, a mendigos, a sacerdotes en crisis. Siempre hacía lo que podía en las necesidades de cada uno.

Le quisimos, pero también le criticamos desde dentro de la Iglesia. Los de fuera, sobre todo en algunos medios de comunicación, trataban de ridiculizarlo y de burlarse de él. Pero él tenía claro hacia dónde quería ir y hacia dónde quería llevar la barca de Pedro, y no se dejaba influir por lo que se decía o no se decía de él. Desde dentro se veía conservador y demasiado cercano a la
institución del Opus Dei, del que se apartaba, sin embargo, en los textos de sus encíclicas
sociales, bien valoradas y aceptadas por creyentes y no creyentes.

Las imágenes difundidas por el Centro de Televisión Vaticana del atentado del 13 de mayo de 1981, en el que varias balas impactaron en su cuerpo, conmocionaron al mundo. Parecía increíble que pudiera salir vivo de aquel ataque. Cuando se hubo repuesto, eso no le influyó para nada en no seguir temiendo por su seguridad y, aunque fue el origen del famoso "papamóvil", él siguió a cuerpo descubierto a todas partes donde iba.

A Juan Pablo II le vimos envejecer, algo que no se había visto en la historia conocida de los Papas. Seguimos en directo, paso a paso, sus enfermedades, su agravamiento, su deterioro lento y progresivo. Llegamos a verle cuatro días antes de su muerte, ya sin poder hablar, esbozando con la mano una bendición desde la ventana de su apartamento, justo cuando una paloma blanca quiso posarse en su cabeza y cuya foto dio la vuelta al mundo y aún podemos descargarla de Internet.

"Dejadme ir a la casa del Padre" les dijo aquel 2 de abril de 2005, día en que el Señor se lo llevó de este mundo. Haciendo caso de una vidente, él había establecido el domingo de la octava de la Pascua como el "Domingo de la Divina Misericordia". Pues bien, era ese día cuando murió. Nunca se había visto en el mundo un luto igual. El cariño, la gratitud con que hablaron todos los medios, incluso los más críticos con él, las filas interminables de días y días no sólo en la Plaza de San Pedo, sino también en todos sus alrededores para visitar su capilla ardiente; sus funerales, que reunieron no sólo a millones de fieles, sino a una concentración récord de Jefes de Estado y primeros ministros, fueron eventos antes nunca vistos.

El cardenal Ratzinger ofició la misa de su despedida en la Plaza de San Pedro. "Bendícenos, Santo Padre, desde el cielo; bendícenos" clamaba en su homilía el que iba a ser días después su sucesor, el papa Benedicto XVI. El pueblo se manifestaba con pancartas -lo había hecho desde el primer momento de su muerte- y con miles de voces a coro: "Santo Súbito" ("Santo ya"). De haberse producido su declaración de santidad por aclamación del pueblo, hubiera sido un caso verdaderamente significativo y excepcional. Preguntado el Cardenal Ratzinger, antes del funeral, acerca de si esta posibilidad era viable, respondió que dependía del criterio que aplicara su sucesor.

El propio Ratzinger, convertido ya en Benedicto XVI no obedeció el clamor popular, pero favoreció el proceso de beatificación al abrirlo de inmediato sin esperar a los cinco años preceptivos que deben pasar después de la muerte del posible beato para comenzar su proceso. Ahora, a poco más de cinco años desde su muerte, el que fuera su mano derecha y nuevo Pontífice ha dado luz verde a su beatificación. Juan Pablo II subirá a los altares el 1 de mayo de 2011, seis años después de su muerte, en el día del mundo obrero (él que fue un obrero en su Polonia natal), y que coincide con el domingo de la octava de la Pascua de Resurrección, es decir, el Domingo de la Divina Misericordia.

Un gozo, pues, para toda la Iglesia ver beatificado al tan querido papa Juan Pablo II. Su cuerpo será trasladado a la Basílica de San Pedro, a la capilla contigua a la que contiene la Pietá de Miguel Ángel. Con su beatificación, se le podrá dar culto público a la espera de ser proclamado Santo una vez concluya el proceso de canonización que ahora se inicia. Santo Padre, Juan Pablo II, ora por nosotros, tus fieles.

1 comentario: