martes, 30 de septiembre de 2008

CRISIS, INMIGRACIÓN Y HUMANISMO CRISTIANO

Nos encontramos en unos momentos difíciles económica y socialmente
hablando. Según casi todos los analistas, la crisis económica podría durar
hasta tres años. Ya estamos viendo a qué velocidad se destruyen puestos de
trabajo. La cosa empezó con el sector de la construcción, pero ahora está ya
en la industria; las malas cosechas del final de la temporada han hecho
extensiva la pérdida de empleo también al sector primario, con el descenso que
conlleva en el índice de temporeros que recogen la uva y los últimos frutos de
la temporada estival.

Mientras las afiliaciones a la Seguridad Social decrecen y las cotizaciones de
los trabajadores se reducen proporcionalmente, aumenta el número de parados
y se prepara un momento difícil de convulsión social. Y en este mare magnum
del desempleo, hay ciertos grupos verdaderamente más vulnerables. Uno de
ellos es, sin duda, el de los inmigrantes. Tanto es así que la primera medida
que adoptó el Gobierno español para contrarrestar la crisis fue favorecer el
regreso de inmigrantes a sus países de origen. Pero, en muchos casos, la
crisis llueve sobre mojado. Y esto es así porque no hace sino agravar una crisis
que, para muchos, había comenzado ya tiempo antes ya que fueron los
primeros que perdieron su empleo. Y ahora se encuentran sin el trabajo y sin el
derecho al paro porque ya lo han agotado. Me refiero a miles de trabajadores
inmigrantes que son mano de obra no cualificada y vagan entre las
subcontratas y las empresas de trabajo temporal (ETT) con contratos de una
semana o de quince días. Y es que –no nos engañemos- no hay igualdad de
oportunidades para todos. Entre dos aspirantes a un mismo empleo, uno
nacional y otro extranjero, el inmigrante tiene todas las de perder. Nadie
confiesa ser racista, pero muchas veces se actúa con un racismo no declarado
aunque camuflado detrás de nuestros actos.

Seguro que muchas personas verán justificable que el extranjero no goce de
las mismas oportunidades que un trabajador nacional en paro. Mucha gente
piensa que “son antes los de aquí”. Y muchas personas sucumben a la lógica
del planteamiento. Pero se trata, en sí, de una idea que encierra una gran
perversión. Es tanto como decir que hay personas de primera y de segunda
categoría; que hay ciudadanos que merecen trabajar por encima de otros; que
todos no tenemos los mismos derechos porque todos no somos iguales; que
unos tienen derecho al menú y los otros, a las sobras; que preferimos un tipo
de personas sobre otras. Es, por tanto, una idea que consagra una
discriminación injusta que no considera iguales a todos los seres humanos.
El humanismo cristiano nos ayuda a centrar el tema. Éste considera a cada
ser humano un hijo de Dios, con la misma dignidad que todos sus semejantes.
La palabra “semejantes” expresa ya ese contenido de igualdad. Dios no
prefiere a unos hijos sobre otros; sí el amor humano, pero no el de Dios, que
nos considera a todos con el mismo amor porque Él mismo es el amor perfecto.

San Pablo escribe que, desde la fe en Jesús, ya no hay distinción entre
nacionalidades o entre razas: “Todos sois uno en Cristo Jesús”. Y escribe una
carta a Filemón en la que le devuelve a Onésimo, esclavo que le había
prestado a su servicio, en la que le pide que ya no lo considere como tal, sino
“como un hermano muy querido” (Fil 16). Eso tratándose de un esclavo, no de
un “semejante”. Por otra parte, si alguna preferencia tiene Dios por sus hijos es
por los más débiles e indefensos. La Iglesia, en su acción, ha tenido siempre
presente esa opción preferencial por los más pobres. Y el colectivo inmigrante
no cuenta ni con las personas ni con los recursos de apoyo con los que puede
contar un nacional. Así que sería deseable que ningún cristiano hiciera alarde
de pensar que los españoles tenemos preferencia sobre los inmigrantes para el
empelo y las oportunidades.

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