Desde que el pasado 20 de diciembre se
celebraran en España elecciones generales, seguimos sin la constitución de un
nuevo Gobierno. Y lo peor es que parece que va para largo. El Rey, Felipe VI,
está a mitad de la segunda ronda de conversaciones con los portavoces de los
partidos representados en Las Cortes para proponer un candidato a la sesión de
investudira como Presidente del Gobierno, después de que Mariano Rajoy declinara
presentarse al tener una mayoría en contra y puesto que no era viable resultar
investido. De 35o diputados que posee la Cámara Baja, el PP de Rajoy cuenta con
122; Sánchez y el PSOE son la segunda fuerza con 90 señorías; Podemos, de Pablo
Iglesias, tiene 69 representantes mientras que Albert Rivera con Ciudadanos
cuenta con 40 diputados. Luego están los nacionalistas e independentistas, que
tienen muy pocos diputados pero que, de no lograr un amplio acuerdo entre las
diferentes combinaciones que presentan los cuatro partidos mayoritarios, podrían
inclinar la balanza a su sardina o bloquear la formación de Gobierno. Los dos
diputados de Izquierda Unida podrían también tener su peso en una negociación.
El partido de Mariano Rajoy cuenta con una amplia mayoría absoluta en el Senado.
Cuarenta días después de la jornada electoral, la formación de Gobierno sigue
paralizada. Y esto en un momento en el que España ha empezado una recuperación
después de ocho años de crisis profunda en nuestra economía. El país crece en
estos momentos al 3,5% y el desempleo, aunque sigue al 21%, ha bajado cinco
puntos desde que alcanzara su peor dato tres años atrás. El consumo se recupera,
la prima de riesgo se ha relajado hasta los cien puntos (estaba en seiscientos
al comenzar la pasada legislatura), han aumentado muy notablemente las
exportaciones y el turismo, la inflación está controlada y se mantiene el gasto
en las partidas que componen el llamado estado del bienestar (educación,
sanidad, pensiones y dependencia). Habíamos recuperado la confianza de los
inversores, pero ahora los inversores o están huyendo a otros países o tienen
muchísimo dinero paralizado a la espera de ver qué sucede, quién va a gobernar y
cómo. Diez mil millones de euros abandonaron nuestro país en noviembre de 2015.
De treinta y seis mil millones de inversiones, nos encontramos en que hemos
perdido la mitad en los últimos meses. España necesita financiación porque
nuestra deuda exterior se ha colocado en el billón de euros durante los ocho
años de la crisis. Eso supone la conculcación de la totalidad de nuestro PIB,
pero seguimos necesitando financiación para reducir la deuda y mantener el gasto
público y las prestaciones de que él dependen. La continuidad o no de las
políticas económicas aplicadas en los últimos cuatro años favorecen o
desfavorecen la confianza exterior en la economía española a corto plazo. Y la
incertidumbre en las instituciones políticas perjudica a la economía española.
No cabe engañarse con que los números de la macroeconomía no nos afectan; al
final, de ellos dependerá el empleo, la caja de la Seguridad Social, las
coberturas educativas y sanitarias, el nivel de nuestros impuestos y, si me
apuran, gran parte de nuestra soberanía. Solo tenemos que ver el ejemplo de
Grecia para ver que no es su Gobierno el que acaba de recortar por su prpio
gusto en un tercio las pensiones del país para poder hacer frente a los
préstamos del rescate de la Unión Europea.
Aquí la situación política está estancada.
Lo está aun sabiendo que la tardanza nos hace daño. La solución pasa por los
pactos para investir a un Presidente que forme un Gobierno capaz de sacar
adelante la XI legislatura. Sus señorías se pusieron de acuerdo el trece de
enero para nombrar un presidente del Congreso de los Diputados y los componentes
de la mesa de la institución. Eso fue posible mediante un pacto de los tres
partidos más votados. Así, el socialista Patxi López resultó elegido en segunda
votación con tan solo 130 votos a favor (PSOE y Ciudadanos) pero con la
necesaria abstención de los diputados del PP, que ni siquiera presentaron
canditato propio. Estos tres partidos tienen en común la defensa de la unidad de
España, frente al desafío del Parlamento de Cataluña, el reconocimiento de que
la soberanía del país reside en todo el pueblo español, nuestra vocación
europeísta, la permanencia en la UE, en el euro y en la OTAN, la necesidad de la
regeneración política frente a la corrupción, la reforma de la Constitución del
78, la necesidad de una nueva ley electoral y la obligación de mantener el
estado del bienestar. Lo más lógico sería que, tendiendo tan claro todo esto,
hicieran lo mismo que para la mesa del Congreso: un acuerdo a tres, que sumaría
230 diputados, lo cual no solo daría estabilidad a un nuevo Gobierno sino que
favorecería las reformas que los tres ven tan necesarias. Pero los demás se
encuentran con el frontón levantado por los socialdemócratas, que se niegan a
hablar de cualquier tema con los populares. Azotados ambos partidos por la
corrupción, el PSOE trata de aparecer como el adalid de la limpieza negándose a
hablar con su rival político por la corrupción en el PP. Más razones le dan a
Sánchez las veinticuatro detenciones de cargos del PP que la policía ha llevado
a cabo en Valencia en las últimas horas por una supuesta trama de comisiones
ilegales con las que se podría haber financiado el partido y alguna de sus
campañas electorales. Por eso, Pedro Sánchez lleva semanas mirando a Podemos
para ver si estos le darán sus votos en una posible sesión de investidura. Con
lo que no contaba el líder socialista es que la semana pasada, después de ver a
Felipe VI, el líder de Podemos se presentara en una rueda de prensa ofreciéndole
a Pedro Sánchez un Gobierno de coalición en el que él mismo (Pablo Iglesias)
fuera el Vicepresidente, y lo hizo rodeado por seis "futuros ministros" de casi
todo. Sánchez, que le cogió con la guardia baja, le agradeció la propuesta y le
tendió la mano a poderse entender entre las dos fuerzas. Esta coalición, a la
que se sumarían los dos diputados de IU, no alcanzaría más allá de los 162,
insuficiente, por tanto, para que prosperara. Pero el líder socialista se
encuentra con el muro del comité federal de su partido, que se niega en rotundo
a pactar con alguien que lleve en su programa el "derecho de autodeteminación"
de las comunidades autónomas (Cataluña, Galicia, Valencia...), y tal es el caso
de Podemos. Así que los mandamases del PSOE dicen que ni con PP ni con Podemos.
Entonces, ¿favorecería el PSOE con su abstención en la investidura un Gobierno
de PP y Ciudadanos? Pues dicen que tampoco; que otra de sus líneas rojas es no
dejar que gobierne la derecha. A Sánchez le acaba de dar su partido una manzana
envenenada y diré ahora por qué.
La situación actual empezará a resolverse
el martes, cuando el Rey, tras escuchar a Sánchez y a Rajoy lance a uno de los
dos hacia una sesión de investidura. En ese caso sabremos si el propuesto acepta
sin saber del todo que vaya a tener los apoyos necesarios para ser innvestido
Presidente del Gobierno. Y a ver qué pasa. O los socialestas vencen las
reticencias a pactar con la derecha o se lanzan en brazos de Podemos con la
esperanza de que tengan apoyos en las filas de los independentistas catalanes o
en las filas de los pro-etarras de Bildu, con tal de llegar al palacio de la
Moncloa, aunque sea para muy poco tiempo. Eso sería cualquier cosa menos
patriota, pero... ¿quién sabe? Rajoy no se aventuará porque no ha habido cambio
en las posturas de los demás partidos cuando fue propuesto por el Rey y declinó
presentarse por falta de apoyos. Una posibilidad, aunque parece poco probable,
sería que PP y PSOE se pusieran de acuerdo en investir al líder de Ciudadanos y
sostener su Gobierno el tiempo que fuera posible; y si funcionaba bien, seguir
toda la legislatura. No olvidemos que cualquier pacto de Gobierno deberá
someterse a la mayoría absoluta del PP en el Senado para poder sacar leyes
adelante y gobernar. Ahora puede parecer una solución descabellada, pero
conforme pasan las horas, todo se puede ir abriendo. Esta sería una opción
creativa y patriota, puesto que alejaría los miedos, daría una situación de
gobernabilidad estable y no dejaría opción a los radicales de Podemos e
independentistas. Sin embargo, si no es el propio Rey quien lo propone y lo
consigue, parece difícil. Si no se da esa posibilidad, entonces nos aventuramos
a una repetición de elecciones. Y eso no va a ser posible antes del verano. Con
lo cual, tendríamos inestabilidad, incertidumbre, falta de financiación y de
inversión para rato. Por eso habrá que tratar de evitarlo. Y aquí es donde viene
la explicación a la manzana envenenada que su comité federal le ha dado hoy a
Pedro Sánchez: le adelantan cogreso y primarias para mayo. Es decir, o hay
Gobierno ahora, o puede se que Sánchez no sea el candidato socialista a las
elecciones en verano. Sus guiños a Podemos desde las elecciones de diciembre, su
aparente desprecio a las líneas rojas marcadas por su partido con respecto a los
que llevan en su programa el derecho a la autodeteminación y además le imponen
un ministerio de la plurinacionalidad, amén de las formas arrogantes exhibidas
por los de Podemos que muchos consideran humillantes, han provocado una guerra
interna dentro del PSOE; pero es una guerra en la que los escindidos son los que
se han situado frente a Sánchez. ¿Es el líder del PSOE? ¿Morderá la manzana?
Pues todo está por ver, puesto que en política todo es posible; lo que hoy
parece inviable, mañana se materializa y lo que hoy parece hecho, mañana resulta
que no ha salido. Lo único que es claro, a mi modo de ver, es que los españoles
no queremos volver a las urnas; ya sentenciamos en diciembre que tienen que
entenderse y eso es lo que debe pasar; todo lo demás es perjuicio para mi
querida España, esta España mía, esta España nuestra.
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