Ofrenda de flores el 12 de octubre |
El Santuario de Nuestra Señora del Pilar, en Zaragoza, es uno de los lugares más visitados de España de los que no son playas. Por supuesto, es el lugar emblemático de Zaragoza, Muchísimas personas lo visitan por fe; vienen grupos de peregrinos de forma permanente, todos los días del año; la Virgen atrae a los fieles de todas partes del mundo; pasan a los niños por el manto, besan la columna puesta por María en la madrugada del dos de enero del año cuarenta de la era cristiana. Al fin y al cabo, es el primer templo mariano de la historia y también la primera aparición -todavía en vida- de nuestra Madre del cielo. Pero también entran en ella muchísimos turistas. Vienen atraídos por el esplendor de la Basílica, por las pinturas de Goya, por la música de órgano, por la presencia de las bombas de la guerra civil que cayeron y no explotaron, por el gran retablo de Forment y por tantos detalles artísticos que ofrece al visitante el templo barroco. Muchas personas de Aragón visitan a la Virgen con frecuencia, y muchas que viven en la ciudad lo hacen a dirario. Pero lo que no se publica es que todos los días suceden milagros en ese lugar. Lo sabe la persona a la que le pasa y, si acaso, el cura al que se lo cuenta, pero nadie más. Ocurre, más o menos, así:
-Hola, padre. No sé decirle qué hago aquí ni por qué me he clavado de rodillas en el confesonario.
-Hola. ¿A qué has venido al Pilar?
-He venido por ver la iglesia, por conocer el sitio y ver su arte.
-¿Te has detenido ante la Virgen?
-Sí. Lo he hecho. He estado un rato mirándola y he sentido algo.
-¿A qué te refieres?
-No sé decirle; he sentido algo por dentro; como alegría, como emoción, como una paz grande. Después he seguido andando y he venido a parar aquí. Ya le digo; no sé cómo, pero algo me ha impulsado, como empujado hasta aquí donde está usted, padre.
-¿No has venido a la Basílica con la idea de confesarte?
-No, no; ni de lejos. Me confesé hace treinta años, cuando hice la primera comunión. Y nunca más me he confesado.
-Quien te ha traído aquí es María, la Virgen del Pilar. Ella también te ha mirado cuando tú la mirabas. Se ha fijado en ti y te trae al confesonario para que hables y encuentres la paz en tu corazón. ¿Quieres salir de aquí perdonado de tus pecados? ¿Quieres confesarte?
-Sí, está bien… Aunque ya le digo que no lo he hecho desde niño.
-No importa, yo puedo ayudarte.
(...)
Con la ayuda del confesor, el hombre o la mujer que se ha acercado descubre aquello que inquieta su corazón y aquellas situaciones en las que necesita ser perdonado y reconciliado. Cuando se levanta, suele decir algo así:
-”¿Sabe, padre? Me encuentro mucho mejor. Me ha quitado usted un gran peso de encima. Me siento como nuevo, como que algo ha cambiado en mí”. El sacerdote le invita entonces a que se quede a participar en la misa siguiente y que reciba la comunión. Dios hace el resto.
Esta es una forma, más o menos tipo, de conversación. La experiencia que recoge este ejemplo es el verdadero milagro. La Virgen los lleva a su Hijo. En el rezo de la Salve se dice “muéstranos a Jesús, el fruto bendito de tu vientre”, y eso es literalmente lo que pasa, que la Virgen envía a muchas personas a que se encuentren con Jesús en los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía. Turistas que vienen buscando arte, cultura y entretenimiento y salen habiendo vivido una sorprendente experiencia religiosa, un verdadero encuentro con Dios y con la Madre. Ella elige a quienes quiere, personas de corazón abierto. A buen seguro, algunas de ellas no se dejarán llevar, pues no les parecerá razonable; pero esta experiencia se da en muchas personas que no cierran su corazón a lo trascendente. Y, como digo, es algo que ocurre todos los días.
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