Benedicto XVI ha convulsionado el mundo de la religión, la política y, sobre todo, el de la información y las comunicaciones cuando, en la mañana del día de la Virgen de Lourdes, ante los cardenales reunidos en cosistorio, ha anunciado, en latín -lengua oficial y universal de la Iglesia-, su renuncia a continuar con el ministerio petrino; o sea, a seguir en la cátedra de San Pedro. El Papa acepta su contingencia y los límites que le impone su propia edad y los casi ocho años de pontificado en la Santa Sede. Es más: ha puesto día y hora para su cese, el 28 de febrero de 2013 a las 20h., momento en el que el solio de San Pedro entrará en situación de "sede vacante". Los planes del papa Ratzinger son retirarse a un monasterio de clausura para "dedicarse a la plegaria" como "servicio a la Iglesia".
Las informaciones y las contradicciones se han ido sucediendo a lo largo de todo el día del anuncio inesperado. Es natural que, con el apremio de dar la noticia y sus "aderezos" no haya habido tiempo suficiente para investigar y contrastar extremos antes de hablar, sobre todo en medios generalistas que no están especializados en temática católica. Para despejar dudas, traemos una cita textual del Código de Derecho Canónico, que en el número 332, en su segundo párrafo, legisla de esta manera:
Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie. La posibilidad de renuncia del Papa está contemplada, pues, en el mencionado CIC (Codex Ius Canonicus). Quedando la sede de Pedro, tal como el propio Benedicto ha dejado definido, como "sede vacante", se habrá de proceder a una nueva elección de Sumo Pontífice mediante cónclave, cuyo plazo de incio será mayor de quince días y menor de veinte desde que se produce la situación de "sede vacante" (entre el 15 y el 20 de marzo, por tanto).
En las primeras reacciones a la noticia, todo el mundo se ha mostrado muy respetuoso con la decisión del Santo Padre. Haciendo un somero análisis de la situación y apoyado en el breve comunicado a través del cual ha hecho el anuncio, diré que me parece una decisión valiente, realista y generosa. El Papa habla de su falta de fuerzas para continuar en el ministerio petrino. Él la atribuye a la edad. Pero es especialmente trágico cuando habla del "vigor" que le falta para guiar a la Iglesia no solo con obras y palabras, "sino también, y no en menor grado, sufriendo y rezando". Al Papa le faltan las fuerzas para sufrir y rezar. No pone objeción alguna a las obras y palabras en el ejercicio de su ministerio; es para el "flanco espiritual" para el que le faltan las fuerzas.
Ciertamente -algunos lo sabemos bien-, el estado físico merma las capacidades espirituales. A lo largo de sus casi ocho años como Obispo de Roma, hemos visto envejecer a pasos agigantados el físico del Papa. Su rostro no es ahora el mismo que asomó al balcón aquel 19 de abril de 2005. En la liturgia, le vimos sostenido por las axilas por parte de sus dos ayudantes cuando consagró en 2011 la basílica de la Sagrada Familia, en Barcelona para superar la escalinata cuando se acercó a la sede. Y, desde hace un tiempo, ya no recorre la pie la Basílica de San Pedro en la procesión de entrada de las celebraciones litúrgicas. El Papa está muy debilitado y visiblemente se percibe al ver su imagen. Pero en lo moral, no es un Titán, sino también un ser humano, igual que en lo físico. Y, habiendo vivido bajo el pontificado de cinco Papas, yo no he conocido a ningún Papa que se haya maltratado tanto como a Benedicto XVI. Desde el célebre discurso en Ratisbona y la reacción airada de los musulmanes readicales, Benedicto ha sido reprobado por no pocos parlamentos e instituciones, está denunciado ante el Tribunal de Derechos Humanos de La Haya, sus palabras sobre los preservativos como única medida de control del sida fueron sacadas de contexto y manipuladas hasta la saciedad; se le ha negado dar conferencias en universiades... Y él solo ha tenido que cargar con las pesadas cruces de los casos de pedofilia en sacerdotes católicos, en las filtraciones de documentos privados extraídos directamente de su despacho y en las luchas internas que, según parece, existen en la curia vaticana. A esto habrá que añadir el lastre que le supuso su actuación como cardenal prefecto para la Doctrina de la Fe, del que no ha logrado despojarse por el hecho de actuar ahora como Papa bueno y conciliador.Todo esto ha hecho mella en el sucesor de Pedro y no se ve con fuerzas para seguir sufriendo. El reconocimiento público de su debilidad le engrandece porque le desvela como un hombre humilde. Ya en la bendición Urbi et Orbi el día de su elección se definió como "un simple trabajador de la viña del Señor". Con la misma humildad que llegó, intacta, ahora se marcha.
He dicho que el acto de su renuncia es también una acción de generosidad. Lo es porque, aunque pueda parecer que lo que busca es su tranquilidad personal, lo que está haciendo es buscar el bien de la Iglesia aun a costa del propio. No se va porque está cansado y quiere vivir tranquilo y en paz, sino porque ahora mismo no se ve capacitado para desempeñar "bien" el ministerio petrino, según sus propias palabras. Y en este sentido, es un verdadero ejemplo para los pastores de la Iglesia (obispos y sacerdotes), así como para otros dirigientes mundiales (reyes, presidentes, ministros, alcaldes...) Con tanta gente importante apegada al cargo, el Papa ha demostrado no estar pegado al sillón. Insisto: Que cunda el ejemplo para quien quiera tomarlo.
Viendo que mi estado de salud había dado un vuelco, que me incapacitaba para llevar una vida como la había llevado hasta entonces y, al ver que tras nueve meses no solo no se arreglaba sino que todo apuntaba a que iba a cronificarse, presenté mi renuncia como capellán del hospital en el que trabajaba, pues llevaba meses atendiéndolo mal y bajo mínimos y estaba convencido de que allí se necesitaba un capellán al 100% y yo ni lo daba ni volvería a darlo. Un vicario me dijo que su enfermedad era más crónica; le pregunté cuál era y me respondió que su enfermedad es que llevaba más de treinta años de vicario. Le respondí: -Pues esa enfermedad se pasa pronto; renuncia y ya se ha pasado; ya sabes que en la Iglesia se puede renunciar, así que si estás en el puesto es porque quieres estar. Ah, no me hizo ni caso; esa "enfermedad" le duró unos siete años más, hasta que lo cesaron. Pues bien, el ejemplo de Bendicto XVI me alienta mucho, pues yo llevo años viviendo esa falta de vigor y de fuerzas físicas y morales para asumir responsabilidades. Con lo cual, puedo comprender al Papa mucho mejor que quienes no sienten o no reconocen con humildad cuándo deben dejar un puesto. Así, pues, no es como dice algún periódico que el Papa "no quiere morir en la cruz", pues -repito- con su renuncia no busca su propio bien sino el bien de la Iglesia.
No voy a entrar en un análisis de su pontificado, pero creo que ha sido positivo, necesario y profundo. No es, como dicen algunos, un pontificado de transición (¿ocho años de transición?); es el Pontífice que ha jugado su justo y difícil papel de suceder nada menos que a Juan Pablo II. Cuando un Papa muere, antes de elegir al sucesor, se celebra un funeral por él en todas las iglesias, parroquias y catedrales del mundo. Creo que en este caso, sería muy justo que se convoque a los fieles a celebrar la misa en todas las iglesias en la tarde del día 28 de febrero. Afortunadamente, no será para hacer el funeral de Bendicto XVI, sino como acción de gracias a Dios por estos ocho años de su papado y para pedirle que le dé ánimos y le conforte en la nueva vida que ahora comienza para él hasta que el Señor lo llame a su presencia. Ser agradcidos con la persona del Papa y rezar por su bienestar es lo mínimo que podemos hacer ahora por él.
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