jueves, 2 de agosto de 2012

ÚLTIMA FIESTA DE LA VENDIMIA. HOMILÍA 28 AGOSTO 2011


Queridos hermanos de Cariñena, de su Comarca, de los distintos pueblos que componen la Denominación de Origen Cariñena y a todos los que nos visitáis desde cualquier punto, que amáis a Dios y os unís a nosotros en esta fiesta.

Dice nuestro refranero que “es de bien nacidos ser agradecidos”, y esto es lo que significa la fiesta de hoy: agradecimiento. La Eucaristía, según significa la palabra, es acción de gracias al Padre, por medio del Hijo, movidos por el Espíritu Santo. Y en el día de la Fiesta de la Vendimia damos gracias por las cosechas. Una vez al año, Dios nos otorga sus dones para que podamos vivir, para que podamos compartir, para que podamos ser solidarios. Muchas veces nuestros sentidos nos engañan, y el diablo quiere que pensemos que lo que ganamos es fruto de nuestro trabajo y que se debe únicamente a nuestro esfuerzo. Pues bien, eso no sólo no es así, sino que constituye un grave pecado de soberbia y de falta de agradecimiento. Sin Dios, el hombre no puede hacer nada. Si le falta Dios, el hombre es nada. Si algo llega a nuestras manos es por su acción providente unida a nuestro esfuerzo y trabajo.

Es fácil que recordemos pasajes evangélicos como el de la multiplicación de los panes. En esa escena comprendemos muy bien la colaboración del hombre con Dios y de Dios con el hombre en la satisfacción de las necesidades. Alguien elaboró ese pan; alguien compartió ese pan; Jesús hizo que llegara a todos. Sin la acción de Dios, el pan hubiera saciado el hambre de cinco personas. Si no hubiera sido compartido, no se habrían saciado cinco mil hombres. Si no hubiera habido cinco panes no se habría dado el milagro. Es el esfuerzo, el compartir y la acción de Dios lo que hoy podemos recoger en nuestras viñas. Anoche ofrecíamos al Santo Cristo el simbólico primer mosto de la nueva cosecha; en esa ofrenda, le dedicamos aquello que reconocemos viene de él. Hoy, en esta liturgia, celebramos el memorial de su pasión, muerte y resurrección como acción de gracias por la uva de ese año.

Es una uva sana y abundante, una uva limpia de enfermedades y de plagas que inició con lentitud el proceso de maduración pero que lo ha acelerado por los calores de agosto. Es una uva dulce y de gran calidad, pero de grano pequeño, pues no ha recibido ni una sola gota de agua en todo el verano. Y hablo, claro está, de la uva de secano que es la genuina de nuestra Denominación de Origen, la que contiene todas las características que han hecho tradicionalmente del vino de Cariñena lo que ha sido, lo que le ha dado su nombre merecido y lo que nos ha traído a este presente que hoy podemos exaltar y celebrar con gran alegría. Las parcelas de espaldera, de regadío y de vendimia mecanizada han facilitado el trabajo al propietario, han garantizado un nivel regularizado de producción y han dado unas características diferentes a las tradicionales a nuestros caldos de hoy.

Pero la cosecha es mucho más que unos datos técnicos y estadísticos. Como decíamos al principio, detrás de la uva, detrás del vino, hay gentes, hay personas, hay familias con sus respectivas problemáticas, con sus dificultades, con sus éxitos y fracasos. En la actualidad, nuestra población, como nuestra economía, está también diversificada. En nuestros pueblos convive la población autóctona con poblaciones venidas de otros países, de otros continentes, de otras culturas. Seres humanos iguales a nosotros en derecho y dignidad. Hijos de Dios a los que Él ama más porque sufren más y porque parten de situaciones más desfavorables que la población autóctona. Viviríamos en pecado si no reconociéramos que somos iguales a ellos; que pertenecemos a una misma humanidad; que somos, igualmente, hijos de Dios; que tenemos todos -ellos y nosotros- los mismos derechos y deberes. Pero, además, el hecho de ser el país que recibe los movimientos migratorios, el hecho de que llevan ya tiempo entre nosotros, y el hecho de que somos cristianos, nos pone en la obligación de ser acogedores, de mostrarles nuestro más grande respeto y de estar dispuestos a echarles una mano en todo lo que conlleva el desarraigo, la lejanía de sus familias, los problemas de idioma, su situación de pobreza cuando esta se da, sin esperar que piensen igual que nosotros ni que nos tengan que estar agradecidos por ello. El cristiano es el que ve a Dios en todo ser humano. “Lo que hicisteis con uno de estos, a mí me lo hicisteis” nos dirá el Señor el día de su juicio final.

Como se decía anoche en el estrado, la vendimia es un final y un comienzo a la vez. Es el final del proceso agrícola. Cuando la uva se entrega a los responsables de la vinicultura comienza otro largo y duro proceso con la elaboración, el envejecimiento y la crianza, el embotellado, la promoción, la competencia, el mercado... hasta llegar a su consumo. Sólo entonces cada kilo de uva habrá llegado a su destino final. Es, pues, como vemos, una aventura larga y laboriosa.

Pidamos al Santo Cristo de Santiago que el vino que salga de esta vendimia ayude a alegrar la vida de muchas personas, les ayude a superar los problemas, les ayude a reunirse y a convivir, les ayude a acercarse los unos a los otros, les ayude a celebrar las ocasiones especiales; les ayude, en una palabra, a ser más felices y a vivir con alegría y esperanza. Que la bendición que Dios nos da a través de la uva y del vino nos haga cada día más humanos para mayor gloria suya.




JUAN SEGURA FERRER
elcantarodesicar.com

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