Queridos
hermanos de Cariñena, de su Comarca, de los distintos pueblos que
componen la Denominación de Origen Cariñena y a todos los que nos
visitáis desde cualquier punto, que amáis a Dios y os unís a
nosotros en esta fiesta.
Dice
nuestro refranero que “es de bien nacidos ser agradecidos”, y
esto es lo que significa la fiesta de hoy: agradecimiento. La
Eucaristía, según significa la palabra, es acción de gracias al
Padre, por medio del Hijo, movidos por el Espíritu Santo. Y en el
día de la Fiesta de la Vendimia damos gracias por las cosechas. Una
vez al año, Dios nos otorga sus dones para que podamos vivir, para
que podamos compartir, para que podamos ser solidarios. Muchas veces
nuestros sentidos nos engañan, y el diablo quiere que pensemos que
lo que ganamos es fruto de nuestro trabajo y que se debe únicamente
a nuestro esfuerzo. Pues bien, eso no sólo no es así, sino que
constituye un grave pecado de soberbia y de falta de agradecimiento.
Sin Dios, el hombre no puede hacer nada. Si le falta Dios, el hombre
es nada. Si algo llega a nuestras manos es por su acción providente
unida a nuestro esfuerzo y trabajo.
Es
fácil que recordemos pasajes evangélicos como el de la
multiplicación de los panes. En esa escena comprendemos muy bien la
colaboración del hombre con Dios y de Dios con el hombre en la
satisfacción de las necesidades. Alguien elaboró ese pan; alguien
compartió ese pan; Jesús hizo que llegara a todos. Sin la acción
de Dios, el pan hubiera saciado el hambre de cinco personas. Si no
hubiera sido compartido, no se habrían saciado cinco mil hombres. Si
no hubiera habido cinco panes no se habría dado el milagro. Es el
esfuerzo, el compartir y la acción de Dios lo que hoy podemos
recoger en nuestras viñas. Anoche ofrecíamos al Santo Cristo el
simbólico primer mosto de la nueva cosecha; en esa ofrenda, le
dedicamos aquello que reconocemos viene de él. Hoy, en esta
liturgia, celebramos el memorial de su pasión, muerte y resurrección
como acción de gracias por la uva de ese año.
Es
una uva sana y abundante, una uva limpia de enfermedades y de plagas
que inició con lentitud el proceso de maduración pero que lo ha
acelerado por los calores de agosto. Es una uva dulce y de gran
calidad, pero de grano pequeño, pues no ha recibido ni una sola gota
de agua en todo el verano. Y hablo, claro está, de la uva de secano
que es la genuina de nuestra Denominación de Origen, la que contiene
todas las características que han hecho tradicionalmente del vino de
Cariñena lo que ha sido, lo que le ha dado su nombre merecido y lo
que nos ha traído a este presente que hoy podemos exaltar y celebrar
con gran alegría. Las parcelas de espaldera, de regadío y de
vendimia mecanizada han facilitado el trabajo al propietario, han
garantizado un nivel regularizado de producción y han dado unas
características diferentes a las tradicionales a nuestros caldos de
hoy.
Pero
la cosecha es mucho más que unos datos técnicos y estadísticos.
Como decíamos al principio, detrás de la uva, detrás del vino, hay
gentes, hay personas, hay familias con sus respectivas problemáticas,
con sus dificultades, con sus éxitos y fracasos. En la actualidad,
nuestra población, como nuestra economía, está también
diversificada. En nuestros pueblos convive la población autóctona
con poblaciones venidas de otros países, de otros continentes, de
otras culturas. Seres humanos iguales a nosotros en derecho y
dignidad. Hijos de Dios a los que Él ama más porque sufren más y
porque parten de situaciones más desfavorables que la población
autóctona. Viviríamos en pecado si no reconociéramos que somos
iguales a ellos; que pertenecemos a una misma humanidad; que somos,
igualmente, hijos de Dios; que tenemos todos -ellos y nosotros- los
mismos derechos y deberes. Pero, además, el hecho de ser el país
que recibe los movimientos migratorios, el hecho de que llevan ya
tiempo entre nosotros, y el hecho de que somos cristianos, nos pone
en la obligación de ser acogedores, de mostrarles nuestro más
grande respeto y de estar dispuestos a echarles una mano en todo lo
que conlleva el desarraigo, la lejanía de sus familias, los
problemas de idioma, su situación de pobreza cuando esta se da, sin
esperar que piensen igual que nosotros ni que nos tengan que estar
agradecidos por ello. El cristiano es el que ve a Dios en todo ser
humano. “Lo que hicisteis con uno de estos, a mí me lo hicisteis”
nos dirá el Señor el día de su juicio final.
Como
se decía anoche en el estrado, la vendimia es un final y un comienzo
a la vez. Es el final del proceso agrícola. Cuando la uva se entrega
a los responsables de la vinicultura comienza otro largo y duro
proceso con la elaboración, el envejecimiento y la crianza, el
embotellado, la promoción, la competencia, el mercado... hasta
llegar a su consumo. Sólo entonces cada kilo de uva habrá llegado a
su destino final. Es, pues, como vemos, una aventura larga y
laboriosa.
Pidamos
al Santo Cristo de Santiago que el vino que salga de esta vendimia
ayude a alegrar la vida de muchas personas, les ayude a superar los
problemas, les ayude a reunirse y a convivir, les ayude a acercarse
los unos a los otros, les ayude a celebrar las ocasiones especiales;
les ayude, en una palabra, a ser más felices y a vivir con alegría
y esperanza. Que la bendición que Dios nos da a través de la uva y
del vino nos haga cada día más humanos para mayor gloria suya.
JUAN
SEGURA FERRER
elcantarodesicar.com
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