miércoles, 2 de mayo de 2012

1 DE MAYO: ¿LA FIESTA DEL TRABAJO?

La verdad es que el tema laboral en España no está para fiestas. La fiesta del trabajo se puede celebrar cuando toda la población activa tiene la oportunidad de trabajar, pero, en estos momentos, la Hispania de hoy cuenta con uno de cada tres parados de toda la Unión Europea. Aquí trabajan unos diecisiete millones de personas, pero el paro alcanza ya la cota del 24,5% de la población activa. En verdad, el trabajo es una fiesta para quien lo tiene; pero esa fiesta no es de todos. Hay demasiada gente sufriendo por carecer de un puesto de trabajo. Muchos obreros llevaban años trabajando en la misma empresa y ahora, con edad ya avanzada, están en la calle y con pocas esperanzas de que les tengan en cuenta para un nuevo puesto de trabajo. Otros, los jóvenes, se encuentran durante años buscando el poder acceder a su primer puesto de trabajo. Es dramática la situación de muchas familias en las que ninguno de sus miembros tiene trabajo o la de otras familias que, con el padre y la madre jóvenes, tienen niños a su cargo y, sin embargo, no encuentran trabajo para sostener su familia. Ciertamente que así no se puede celebrar ninguna fiesta del trabajo.

A esta situación se ha llegado a través de las ambiciones desmedidas, de la avaricia sin límite, a la falta de valores morales aplicados a la economía, al mundo de las finanzas, a la política e, incluso, a nivel personal y social. Pero no vamos a quedarnos mirando atrás. Lo que hay que hacer es mirar adelante y ver cómo se puede salir de ésta. El Gobierno cree que los recortes que está haciendo ahora servirán para crear empleo después. Ojalá que así sea y no se equivoque. Porque, si se llegase a equivocar, ¿qué remedio habría entonces? Y en el caso de que acierte, ¿qué hacer mientras tanto?

Más que nunca hay que apelar ahora a los valores solidarios para mitigar el sufrimiento y la impotencia de tantas familias. Los pastores de la Iglesia hablamos siempre para los creyentes pero también para toda la gente de buena voluntad que quiera escucharnos. Eso significa que nuestras palabras deben tener un eco especial en las conciencias cristianas y que pueden adoptar cono suyas nuestras reflexiones todos aquellos que las comparten. Y en este sentido, hay que dirigirse en primer lugar a quienes pueden compartir. Es digno de mención que en las instituciones benéficas de la Iglesia, al tiempo que constatan un aumento vertiginoso en las personas y familias atendidas, proporcionalmente aumenta también el importe de los donativos recibidos a tales fines. Bien, ese es un primer camino -porque es el más directo, el más inmediato para paliar situaciones particulares-.  Hay que dirigirse también a los empresarios: No pueden moralmente presentar un ERE o practicar despidos porque han bajado sus beneficios con respecto a ejercicios anteriores. Que lo piensen. Eso puede hacerlo quien ha entrado en pérdidas, pero no quien ha bajado sus ganancias. Es necesario un esfuerzo de los empresarios para mantener los puestos de trabajo actuales. Es necesario dirigirse a los que tienen el capital. No es moral ni que lo retengan y acumulen ni que lo dediquen a la especulación financiera para ganar más. El que tiene el capital debe ponerlo al servicio de la sociedad, al servicio del empleo y de la creación de puestos de trabajo. En esta línea se mantiene la Doctrina Social de la Iglesia desde León XIII hasta Juan Pablo II. Este último tiene una encíclica dedicada al trabajo humano (Laborem excercens) y varias encíclicas sociales más donde se expresa lo mismo que yo acabo de apuntar.

Lo que voy a exponer a continuación no se le puede exigir a nadie, pero se le puede plantear para la reflexión. Casos de matrimonios en los que trabajan los dos y podrían vivir tranquilamente con el salario de uno de ellos... Familias en las que entran varios sueldos en casa y que son innecesarios para el sustento de todos... Sería un gesto solidario  de una gran carga social de generosidad que los cedieran a otros en cuyas familias hay hijos al cargo y no entra en ellas ningún salario. Yo creo que Dios lo vería con muy buenos ojos y el beneficiario también. Porque a veces se nos llena la boca de un discurso social hipócrita, del que mucho hablamos pero en el que nada hacemos. Ya sabemos que el trabajo no es solo un medio de conseguir dinero, que también humaniza y realiza a la persona. Pero ¿no será momento de priorizar lo social sobre lo personal? Por eso digo que no se puede exigir, pero se puede plantear. Quienes no quieran hacerlo deberán -eso sí que es exigible- redoblar o multiplicar su esfuerzo en el compartir, de lo contrario estarían viviendo en un grave pecado aun cuando a ellos no se lo parezca.

Si todo esto se da, entonces sí que tiene sentido celebrar la fiesta del trabajo.

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