La actualidad en España viene
marcada este mes de junio por la abdicación de Juan Carlos I el día dos y la
proclamación de Felipe de Borbón como Felipe VI el día 19 de los corrientes.
Gratitud hacia el Rey saliente, que nos trajo las libertades y la democracia
y nos ha dedicado toda su vida a los españoles. A pesar de los fallos, mi
reconocimiento.
Es lógico que los que desean una España republicana nos lo
recuerden ahora. Sin embargo, no es el momento. Y no lo es porque la crisis
institucional que provoca la abdicación, unida a la crisis económica y la
crisis política que están provocando los independentistas catalanes y vascos requieren un cierre inmediato, por la propia seguridad nacional y el
bienestar de los ciudadanos. Eso no obsta para que un referendum sobre
república o monarquía sea legítimo e, incluso, necesario diría yo. Pero en
un momento en que haya una mayor estabilidad política y económica en el
país. Es lógico, por otra parte, que Juan Carlos no se mereciera tener que
pasar por ello, pero recordemos que la aceptación de la monarquía fue el
pacto de mínimos para la unidad del Estado en los momentos de la transición.
Su sucesor debe someterse a esa consulta y aceptar que se aplique su
resultado.
En la disyuntiva, yo me inclino por la monarquía. Por razones
históricas, pero también por razones prácticas. El sistema monárquico permite
dar formación específica a quien va a ser el próximo Jefe del Estado, lo cual no deja de ser una ventaja importante. Por otra parte, el ahorro presupuestario para las arcas públicas que proporciona una familia real es notable si lo comparamos con la atención a los expresidentes que genera una república; figuras que pueden ser cambiantes y acumulables cada cuatro años. Pero la razón definitiva para que me incline por el sistema monárquico me la da la experiencia del golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Hay que tener en cuenta que todos nuestros jóvenes no conocen ese episodio sino por la historia y los archivos televisivos. Sin embargo, quienes pasamos aquella noche casi en vela pudimos notar y sentir el peso de la Corona en el organigrama de nuestra nación. Y es que el Rey es -auntomáticamente cuando es prcolamado en las Cortes- el capitan general de los tres ejércitos (tierra, mar y aire). Don Juan Carlos salvó nuestra democracia porque tiene formación militar y ostenta ese oficio, sin lugar a dudas. En cambio, dudo mucho que el ejército hubiera obedecido en aquella ocasión a un civil, a un presidente republicano. Si las tropas desplegadas aquella nocha volvieron a sus cuarteles, si otras fuerzas no ocuparon las calles y los edificios públicos fue por la intervención del monarca. Con el Gobierno y el Congreso secuestrados, el Rey impuso su autoridad militar. Sería deseable que aprendamos de la historia para no caer en los mismos errores del pasado.
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