viernes, 19 de abril de 2013

"ME CASO". ¿RAZONABLE O ABSURDO?


Viendo ayer un concurso de entretenimiento en la televisión, me entero de que en España, en 2012, los matrimonios civiles superaron por primera vez en la historia en número a los matrimonios católicos. ¡Pues ya era hora! Y todavía deben decrecer más.

Se puede pensar que el dato es una mala noticia para la Iglesia, pero yo pienso que no. Es más bien una noticia esperada tanto como deseada por la gente de fe. ¿Para qué queremos celebrar sacramentos que, en cuanto te das la vuelta, dejan de ser indisolubles a la primera de cambio porque piden el divorcio y entonces ya no les importa tanto regularizarse con la Iglesia?

El fallo viene de raíz. Se ha solicitado hasta ahora el matrimonio eclesiástico por razones de estética, de que quedan mejor las fotos, de que la ceremonia parece que tiene algo más de empaque, de que es más solemne, dura un poco más y parece más seria... No faltan los que dicen que “no quieren dar un disgusto a sus padres” si les plantean otra boda que no sea la canónica (sobre todo cuando son los padres los que pagan), los razonamientos de la tradición, de que una boda no es boda si no es por la Iglesia. Luego están los otros casos en los que el novio dice que es por complacer a la novia y la novia dice que es por complacer al novio. Otros valoran que es menor el papeleo por la Iglesia o las listas de espera no son tan largas. O porque el trámite es más rápido.

Celebrar bodas así, que es en la inmensísima mayoría de los casos, es una reducción si no anulación de lo que significa un sacramento. Esto crea no poca desazón en muchos sacerdotes, que se ven actores de una pantomima premeditada que resulta siendo, a todas luces, una farsa, un fraude ante Dios y ante la Iglesia. Ella, la propia Iglesia, cuenta con su medicina para esta enfermedad, pero no se atreve a aplicarla. Se trata del carácter obligatorio de haber recibido la Confirmación para poder acceder al matrimonio cristiano, tal como establece el Código de Derecho Canónico. Y es que quien la aplique se arriesga a quedar como francotirador que va por libre, pues, a buen seguro, en la parroquia de al lado no se lo van a exigir y los novios díscolos acabarán tarde o temprano por encontrar a un cura que les haga la celebración a la carta por aquello de que “los sacramentos obran por sí mismos en la persona”, cosa que, por cierto, es un apriorismo falso, pues, para que un sacramento obre, es necesaria la fe previa. La presencia de Jesús no obró ninguna maravilla en aquellos que le conocieron y no creyeron en él; los que ya tenían fe en él, esos son los que vieron milagros obrados por el Maestro. Quienes vienen sin razonamiento de fe alguno ni tienen idea alguna de encontrarse con el Señor en momento tan trascendente, difícilmente se encontrarán con él si no es él quien toma la iniciativa de encontrarse con ellos.

Casarse por la Iglesia es un acto de fe. Los novios –o, al menos, uno de ellos- viven la fe cristiana; sienten de una manera afín al Evangelio y a la persona de Jesús; están convencidos de que es la mejor filosofía de la vida; saben que dan un paso decisivo en sus vidas y quieren ser bendecidos por Dios; sienten que la vida en matrimonio es un servicio al Señor, que ponen su vida para servir a la voluntad divina; no están seguros de que todo irá bien, pero quieren ponerlo todo para que así sea; confían en Dios y en el otro y se lanzan a la piscina. Y todo ello con sus defectos y sus pecados. Pero son conscientes de lo que van a hacer y se confiesan y comulgan. Personalmente, hace tiempo que uso el criterio de que, cuando unos novios no van a comulgar, celebro la boda sin misa. La Eucaristía es para quien la conoce y la valora. Si es el día que haces realidad tu proyecto de vida, lo haces ante Dios, tienes la opción de recibirle eucarísticamente y lo rechazas, entonces es que no eres digno de ella. Ya que vamos a devaluar un sacramento, al menos, no devaluaremos dos.

Alrededor de un 75% de la gente a la que se le pregunta se declara católica en España. La misma cifra es, más o menos, la de alumnos que piden voluntariamente la clase de Religión Católica en escuelas e institutos. El porcentaje se queda en el 35 si de lo que se trata es de poner la “x” en la declaración de la renta para que un 0,7% de nuestros impuestos los gestione la Iglesia Católica española. Y, aproximadamente, un 10% de los españoles va a misa cada domingo. La proporcionalidad de bautismos, primeras comuniones y funerales se dispara frente a las estadísticas del matrimonio canónico. ¿No es curioso que un 75% de los padres le confíen a la Iglesia la educación de sus hijos y no quieran confiarle el 0,7% sus impuestos? ¿Por qué se bautizan los hijos de los que se casan civilmente? ¿Por qué el número de matrimonios canónicos se va ajustando a la realidad social de los creyentes, pero no lo hacen los otros sacramentos? No es fácil la respuesta a estos interrogantes, pero ¿acaso no vemos cierta ilógica en ellos? Y es que, a veces, parece que le damos menos valor a lo razonable y valoramos más el absurdo. 

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