Los valores democráticos, ¿son realmente algo por lo que luchan nuestros líderes, o son palabras huecas para hacer más atractivos los discursos? ¿O es que cuando se les nombra se entienden como un derecho propio pero que se le puede negar al vecino? La Iglesia española viene denunciando actitudes totalitarias e intolerantes entre nuestros líderes políticos, no sólo, pero también contra ella. La descalificación, la infravaloración de la dignidad del rival, las acusaciones de antidemócratas, etc. son usuales en los debates políticos en el Parlamento y fuera de él. La burla, ridiculización e insultos hacia la Iglesia española porque se sitúa en contra, por ejemplo, de la nueva ley del aborto (ejerciendo su derecho democrático de hacer uso de la palabra, respetuosamente, y a expresar sus opiniones, así como el de instruir a sus fieles), son también abundantes. Después, los medios de comunicación y ciertos programas con ciertos invitados, unos más serenos que otros, hacen de altavoz de todas estas cosas, las exageran y las llevan a terrenos de enfrentamiento y de choque entre las partes, que terminan poniendo en ellos demasiada carga emocional. Y los resultados son los que en estos días están encendiendo las luces de alarma en nuestra sociedad democrática.
Ya no hace falta irnos a países musulmanes para ver cómo se persigue a los cristianos. En Vallecas, hace dos domingos, intentaron hacer explotar un templo, rociándolo con gasolina, cuando en su interior celebraban la misa unas cuatrocientas personas. El domingo pasado, en Pinto, lugar de nacimiento de Contador, el que ese mismo día se adjudicaba su segundo Tour de Francia, un sacerdote y un grupo de fieles fueron abucheados cuando se dirigían a su iglesia a celebrar la misa. Esa misma mañana, el domingo pasado, un grupo que dejaba su firma mediante pintadas, trató de impedir con violencia que se celebrara la misa en varias iglesias de Barcelona, lo que provocó una nota de prensa del Cardenal Arzobispo.
Las alarmas ya han sonado. Algo está pasando. Juzguemos con sensatez y con sentido democrático lo que está ocurriendo –contrario a la Declaración Universal de los Derechos Humanos y a la libertad de culto que consagra la Constitución Española- y no dejemos que vaya a más. Sobre los que actúan violentamente, que sean detenidos y puestos a disposición del juez. Los que toman la palabra públicamente, que defiendan las libertades de todos y que no aticen el fuego del odio o de la venganza. No me gusta tener que decirlo, pero, ¿acaso no comenzaron así los hechos violentos contra la Iglesia española entre los años 1931 y 1936? Y terminaron con el incendio de templos, asesinatos de sacerdotes, ocupaciones de conventos y monasterios, violaciones de monjas, etc. Esta vez, la iglesia de Vallecas no ardió, pero cualquier otro dría puede arder cualquier otra iglesia y superar en número de víctimas los atentados más “exitosos” de las bandas terroristas en España. Y todo por ser cristianos... Aprendamos de la Historia y no dejemos que se repita al pie de la letra; de lo contrario, nos dirigimos hacia el abismo.
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