Pasó la Semana Santa y todo vuelve, de nuevo, a la normalidad; con unas cuantas víctimas menos a contar en accidentes de tráfico. Parece que las medidas adoptadas por el Gobierno en esta materia empiezan a funcionar y a dar sus frutos, aunque conviene ser cautos y hacer los cálculos en períodos de tiempo más largos; que sea año por año parece lo más lógico.
Durante una semana, las cofradías y hermandades penitenciales llenaron las calles de nuestras ciudades con sus desfiles procesionales. No deja de resultar curioso que, a medida que ha decrecido la práctica de la religión, el sentimiento de pertenencia a la Iglesia y los índices de confianza de la gente en la institución eclesial, hayan aumentado su auge las cofradías, la devoción por las imágenes y la organización de las procesiones. Para muchos participantes, esto es un compromiso meramente puntual, que requiere presencia un par de días al año y nada más. Otros lo hacen como signo de identidad de pertenencia a una comunidad local que continúa con sus tradiciones. Para otros, las procesiones son una cuestión de mera estética que, con su imaginería, sus maderas doradas, sus terciopelos y su banda sonora de tambores, cornetas y música procesional, atrae y gusta. Otras personas lo entienden como acto de culto y de homenaje a la imagen titular de su cofradía. Y unos pocos más lo ven como expresión de su compromiso cristiano, que promueve el asociacionismo para vivir y celebrar su fe, que busca, además, una finalidad social en concreto y que intenta mantener el espíritu cofrade durante el resto del año. Y todo esto es la Semana Santa, y todo esto son las cofradías. Despojarlas de cualquiera de estos aspectos supone una mutilación que nos alejará de su comprensión. Ignorar cualquiera de estos aspectos nos llevará a no poder comprender su fenómeno en toda su rica dimensión.
Las procesiones despiertan fervor y conmueven los sentimientos de mucha gente. Las escenas de la Pasión de Jesús desfilan por las calles y permiten contemplar qué pasó. Para muchos pasan de largo, pero para otros supone un acercamiento al acontecimiento que representan e, incluso, un posicionamiento personal ante ese hecho. Es verdad que juega más con la estética que con el fondo, con lo emocional que con una postura madura de la razón, pero también es vehículo válido que puede conducir a esa madurez razonable. Por otra parte, la presencia de las cofradías y sus procesiones es presencia pública del Evangelio y de la Iglesia en nuestra sociedad. Cuando desde algunas instancias se pretende recluir el mensaje cristiano al ámbito de los templos y en alguna comunidad autónoma se piensa, incluso, en aplicar la concesión de una autorización de la Administración como paso necesario para poder ejercer un culto religioso, ya no sólo en la calle, sino también en los templos, las procesiones son una puerta abierta, con un apoyo social importante, a exponer y proponer, de puertas afuera, el mensaje cristiano. Son presencia religiosa, presencia de Iglesia, manifestación pública de nuestra fe en los espacios comunes para toda la sociedad.
Muchas hermandades y cofradías tienen entre manos una tarea social importante. Algunas ayudan a sostener albergues para transeúntes, hospitales, residencias de mayores. Otras financian proyectos de desarrollo en países pobres. Y una cosa, que suele llevarse con bastante discreción, es la redención de presos. Nada menos que quince indultos ha concedido el Gobierno español en la última Semana Santa a instancias de las cofradías y hermandades. Naturalmente, se trata de reclusos que reúnen ciertas condiciones y cuya libertad se considera favorable. En Zaragoza, la cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y del Santo Sepulcro ha liberado a un preso también en este año. El Hermano Mayor lo recoge en el penal la tarde del Jueves Santo. A continuación participan en la procesión que sale a las doce de la noche de la iglesia de San Cayetano, con el rostro cubierto, como todos; de manera que nadie sabe quién es. Cuando termina la procesión, el que ha sido recluso está libre. Una hermosa manera de hacer manifiesto que la muerte de Cristo es la redención del hombre, que él ha pagado por nosotros, que Cristo nos da la libertad, que nos ha liberado. Todo ello, en el plano de lo físico, para significar una liberación más profunda, que se da en el plano de lo espiritual.
Muchas cofradías entienden su asociación no sólo como un compromiso para la Semana Santa, sino como una expresión del compromiso cristiano durante todo el año. Así, participan directamente en la vida pastoral de las parroquias, organizan actos y encuentros durante el resto del año, mantienen vivo el espíritu cofrade y se hacen presentes en acontecimientos sociales y culturales como una asociación más. Hace cinco años, la Hermandad de Jesús Nazareno de Alcañiz me invitó a dar una charla en el ámbito de sus Jornadas Culturales. En ella defendí que éste puede ser el momento de las cofradías si ellas lo quieren: Por su poder de convocatoria, por la identidad que confieren, por el sentimiento favorable que provocan, por su peso en la sociedad, por la fuerza aglutinadoras que poseen y por no ser organizaciones clericales, sino de seglares, las cofradías pueden ser un gran instrumento al servicio de la misión de la Iglesia, verdaderos agentes de evangelización en nuestra sociedad española, si ellas lo quieren, claro está. La Iglesia debe contar con ellas y ellas deben estar abiertas a esa acción pastoral y social si de verdad quieren ser cristianas.
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