Parece que todos los años tenemos que soportar los cristianos las bagatelas que se les ocurren a algunos para sacar dinero a costa de los contenidos de nuestra fe. Cuando no es el Código da Vinci, es el evangelio de Judas, o el “misticismo erótico” de Santa Teresa, y si no, como ahora, el documental del genial y laureado cineasta James Cameron. Muchos ya han escrito estos días sobre los datos falseados que aporta y las escasísimas probabilidades de que la tumba a la que se refiere sea de la de Jesús de Nazaret. Sin embargo, yo quiero fijarme en otra cuestión que no se ha abordado por casi nadie.
Según los expertos en los evangelios, la fe de los discípulos en la resurrección de Jesús no surge del dato del sepulcro vacío, sino de las apariciones. O sea, el Resucitado se deja ver por sus discípulos, habla y come con ellos, da instrucciones, da explicaciones de las Escrituras proféticas, etc. Entonces los discípulos formulan su fe en la resurrección según lo había predicho el propio Jesús. La tradición del sepulcro vacío es una tradición más tardía y no es usada en los evangelios como prueba de la resurrección. Más bien genera desconcierto entre las mujeres en la mañana de Pascua. Ellas no interpretan en ningún momento la ausencia del cuerpo de Jesús como prueba de su resurrección, sino más bien como causa de tristeza porque creen que se han llevado el cuerpo del Señor. Es necesario despojar al origen de la fe en la resurrección de la “prueba” del sepulcro vacío para entender que la resurrección no es la reanimación de un cadáver. Volvamos a las apariciones. Jesús aparece con una corporeidad, efectivamente. Ese cuerpo resucitado muestra en sí mismo las huellas de la crucifixión. Pero hay algo en ese cuerpo que no se corresponde con nuestra forma de corporeidad conocida. Por ejemplo, la dificultad de los discípulos en reconocerle. Normalmente no le reconocen de inmediato (en el episodio de Emaús o en la pesca milagrosa, por ejemplo). Pero también el cuerpo del Resucitado aparece en el cenáculo estando las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Entonces, esa forma de corporeidad es desconocida para nosotros los mortales, por lo que podemos decir que el cuerpo de Jesús Resucitado es un cuerpo “nuevo”. Contiene en él las huellas de su vida temporal (aunque en los relatos evangélicos, este dato sólo quiere mostrar la identidad del Crucificado con el Resucitado: el mismo Jesús que murió en la cruz se presenta ahora resucitado ante los suyos), pero algo ha cambiado en él. Cristo, una vez resucitado, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Estas conocidas palabras del apóstol no serían certeras si el cuerpo de Jesús, después de su resurrección, estuviera sometido a la muerte y regeneración celular, y, por tanto, al envejecimiento y la caducidad. Pero no, el cuerpo resucitado de Jesús trasciende las limitaciones propias del espacio y del tiempo. La hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naím, por ejemplo, sí resucitaron con su mismo cuerpo para volver a morir. Pero la resurrección de Jesús es la definitiva, es la escatológica, es la entrada en la gloria. Por eso, hablamos del cuerpo glorioso de Jesús como del de una nueva forma de corporeidad, primicia del hombre nuevo, en el cual la muerte no ha sido suprimida pero ha perdido su efecto definitivo.
Como se puede ver, no entro en la cuestión del documental ni voy por el camino de la historicidad. Mi postura es una postura creyente (no es imparcial ni quiere serlo), pero trato de exponer lo que la teología dice actualmente acerca de este asunto. Según lo expuesto, si un día se hallara el verdadero cuerpo mortal de Jesús, eso no pondría en cuestión la verdad de la resurrección, puesto que el acontecimiento resurrección no afecta al cadáver. Lo trasciende y va mucho más allá. De hecho, la propia fe cristiana expresa otras formas de corporeidad distintas de la material. ¿O acaso no es así cuando en la Eucaristía decimos que el pan consagrado es el Cuerpo de Cristo? Nadie entiende entonces que se trate del cadáver revivido de Jesús, sino de otro concepto de corporeidad. Pues algo semejante ocurre asimismo en este tema.
Según los expertos en los evangelios, la fe de los discípulos en la resurrección de Jesús no surge del dato del sepulcro vacío, sino de las apariciones. O sea, el Resucitado se deja ver por sus discípulos, habla y come con ellos, da instrucciones, da explicaciones de las Escrituras proféticas, etc. Entonces los discípulos formulan su fe en la resurrección según lo había predicho el propio Jesús. La tradición del sepulcro vacío es una tradición más tardía y no es usada en los evangelios como prueba de la resurrección. Más bien genera desconcierto entre las mujeres en la mañana de Pascua. Ellas no interpretan en ningún momento la ausencia del cuerpo de Jesús como prueba de su resurrección, sino más bien como causa de tristeza porque creen que se han llevado el cuerpo del Señor. Es necesario despojar al origen de la fe en la resurrección de la “prueba” del sepulcro vacío para entender que la resurrección no es la reanimación de un cadáver. Volvamos a las apariciones. Jesús aparece con una corporeidad, efectivamente. Ese cuerpo resucitado muestra en sí mismo las huellas de la crucifixión. Pero hay algo en ese cuerpo que no se corresponde con nuestra forma de corporeidad conocida. Por ejemplo, la dificultad de los discípulos en reconocerle. Normalmente no le reconocen de inmediato (en el episodio de Emaús o en la pesca milagrosa, por ejemplo). Pero también el cuerpo del Resucitado aparece en el cenáculo estando las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Entonces, esa forma de corporeidad es desconocida para nosotros los mortales, por lo que podemos decir que el cuerpo de Jesús Resucitado es un cuerpo “nuevo”. Contiene en él las huellas de su vida temporal (aunque en los relatos evangélicos, este dato sólo quiere mostrar la identidad del Crucificado con el Resucitado: el mismo Jesús que murió en la cruz se presenta ahora resucitado ante los suyos), pero algo ha cambiado en él. Cristo, una vez resucitado, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Estas conocidas palabras del apóstol no serían certeras si el cuerpo de Jesús, después de su resurrección, estuviera sometido a la muerte y regeneración celular, y, por tanto, al envejecimiento y la caducidad. Pero no, el cuerpo resucitado de Jesús trasciende las limitaciones propias del espacio y del tiempo. La hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naím, por ejemplo, sí resucitaron con su mismo cuerpo para volver a morir. Pero la resurrección de Jesús es la definitiva, es la escatológica, es la entrada en la gloria. Por eso, hablamos del cuerpo glorioso de Jesús como del de una nueva forma de corporeidad, primicia del hombre nuevo, en el cual la muerte no ha sido suprimida pero ha perdido su efecto definitivo.
Como se puede ver, no entro en la cuestión del documental ni voy por el camino de la historicidad. Mi postura es una postura creyente (no es imparcial ni quiere serlo), pero trato de exponer lo que la teología dice actualmente acerca de este asunto. Según lo expuesto, si un día se hallara el verdadero cuerpo mortal de Jesús, eso no pondría en cuestión la verdad de la resurrección, puesto que el acontecimiento resurrección no afecta al cadáver. Lo trasciende y va mucho más allá. De hecho, la propia fe cristiana expresa otras formas de corporeidad distintas de la material. ¿O acaso no es así cuando en la Eucaristía decimos que el pan consagrado es el Cuerpo de Cristo? Nadie entiende entonces que se trate del cadáver revivido de Jesús, sino de otro concepto de corporeidad. Pues algo semejante ocurre asimismo en este tema.
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