martes, 7 de julio de 2009

El pobre de Jacko

A cinco días de la muerte inesperada de Michael Jackson, y ya ha vendido
después de muerto más discos que Elvis o que los Beatles. Me he decidido a
dedicarle esta columna a la estrella del pop por dos razones: una para rendirle
tributo por su genialidad; la otra, por la pena que me da en lo que se había
convertido y lo que ha rodeado la noticia de su muerte.

El ahora llamado “Rey del Pop” ha marcado un hito en la historia del género.
No bastaba con oírle, era necesario verle. Ver esos movimientos, ese baile, esa
coreografría, esa entrega en el escenario. El espectáculo no era sólo su voz, lo
era todo a la vez. Quizás por eso revolucionó el mundo de los videoclips.
Jackson ha marcado un antes y un después. Su paso por esta vida estuvo
rodeado de genialidad hasta que cayó víctima de sus propias extravagancias.
Recuerdo su paso –nunca mejor dicho- por mi ciudad, Zaragoza. No fui a ver su
concierto; ese ambiente estaba ya por entonces lejos de mis inquietudes. Pero,
como estuvo tres días en la capital aragonesa, y puesto que hizo varias salidas
a centros comerciales y hospitales, vi pasar su comitiva espectacular en la Plaza
Paraíso delante del Paraninfo universitario. Yo no pude verle, pues su coche
llevaba todas las lunas tintadas, pero tal vez me hubiera despeinado el flequillo,
en caso de tenerlo, por lo cerca que me pasó. Quizás a mí, él sí me viera. Y es
que estuvo al alcance de todo el mundo; complacía a sus fans y se dejaba
querer.

Sus extravagancias comenzaron cuando, de ser negro, quiso pasar a ser blanco.
Su cara empezó a deformarse, se llenó de atributos como su sombrero, sus
grandes gafas de sol, pero, sobre todo, su mascarilla de hipocondríaco que no
tenía pudor alguno en mostrar por dondequiera que fuera. Luego vino lo de sus
mujeres, lo de sus niños, la imagen del niño sacado fuera de la ventana ante un
grupo de fans... Después todo aquel desagradable episodio de las acusaciones
de pederastia (hoy es necesario recordar que fue absuelto de todas ellas). Ese
Jackson escondido, refugiado, que se ha pasado años sin trabajar, sin grabar,
sin aparecer en público y que ha convertido en deudas su millonaria fortuna.
Lo que nos han contado acerca de su muerte conmueve a compadecerle se
mire por donde se mire, a poco corazón que se tenga. Su autopsia revela a un
hombre de 50 años, completamente calvo, lleno de puntos de inyección por
todo el cuerpo y con un cóctel de medicamentos en su estómago. Parece ser
que sufría terribles dolores de espalda, que era adicto a los fármacos y que –
según un rumor sin confirmar- se estaba tratando un cáncer de piel.
Descartadas, en principio, las hipótesis de crimen o de suicidio, Jackson ha
dejado el cadáver de un hombre que vivía en soledad y que preparaba desde
hace tiempo su reaparición en los escenarios, concretamente en Londres,
durante 50 conciertos, en el verano de 2009. Los que le querían dicen que fue
la dureza de esos ensayos lo que le llevó a tomar una sobredosis de morfina
para calmar sus intensos malestares y dolores y para poder seguir adelante.
Había pasado ya su etapa esperpéntica y quería volver a los escenarios, al arte,
al trabajo. Tenía todo listo para reaparecer en dos semanas y trabajar
intensamente todo el verano. Quizás Michael no logró medir sus fuerzas. Quizás
quiso volver a entregarse tanto que no se dio cuenta que había pasado el
tiempo. Tal vez no supo calibrar que un cuerpo de 50 no aguanta lo mismo que
uno de 25, o no pudo interpretar que su débil corazón no podía más. Este
verano íbamos a recuperar a la gran estrella que fue, pero el destino le
guardaba una página con la que nadie, ni él, había contado.

Por la genialidad del artista, por la entrega al trabajo y al sacrificio, por la
superación de sí mismo, bravo, Michael. No le ha dado tiempo a demostrarlo,
pero las imágenes de sus últimos ensayos y su largo proyecto de apariciones en
el escenario delatan a un hombre caído que se quiso levantar. Eso es cosa
también de grandes hombres de este mundo. También en eso has dejado tu
huella, has dejado tu grandeza. Hasta siempre, Jacko.

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