viernes, 31 de julio de 2009

El Nuncio se nos va, y la casa, sin barrer

En fechas próximas. Monseñor Manuel Monteiro de Castro dejará la Nunciatura Apostólica en España porque el Papa le ha “ascendido” al secretariado de uno de los dicasterios en la Ciudad del Vaticano. Pero antes de fijar su residencia en la colina vaticana, el todavía Nuncio en España, vino a despedirse de la Virgen del Pilar, a Zaragoza, el pasado 26 de julio.

Unos siete años, aproximadamente, ha durado la tarea de Monteiro al frente de la Nunciatura en nuestro país. Y sus mayores éxitos no han sido los de la representación de la Sede Apostólica ante la Iglesia española, sino ante el Estado español. Una tarea más bien política que pastoral. En efecto, Manuel Monteiro ha tenido que apaciguar una y otra vez los ánimos encrespados de Zapatero y su Gobierno cada vez que la Iglesia española levantaba su voz contra alguna ley que preparaba el Parlamento. El punto álgido del hielo creado entre las instituciones del Estado y la Iglesia española se produjo en la campaña electoral de marzo de 2008 y el Presidente acabó cenando en la sede de la Nunciatura con Monteiro de Castro. Por otra parte, la política del Presidente del Gobierno, desde que accedió al mismo en 2004, ha sido la de ningunear a los obispos españoles (visitas de cortesía exceptuadas) y tratar los asuntos religiosos directamente con la Santa Sede. Ni que decir tiene que a Zapatero le gustaba más la Conferencia Episcopal presidida por Blázquez que la que preside Rouco, pero el primer viaje al extranjero como Presidente, tras el de obligado cumplimiento con Marruecos, fue para ver al Papa. En aquel momento no entendíamos bien su significado, pero más tarde se ha comprendido a la perfección. Zapatero no quiere relacionarse con los obispos españoles y los puentea hablando directamente con la Santa Sede. Y esto se lo ha facilitado en buena medida Manuel Monteiro.

En Aragón recordamos su tardanza en nombrar obispos cuando varias de sus diócesis estaban vacantes. Los que acabaron viniendo parecían más bien designación directa de Rouco que nacidos del pensamiento del Nuncio. Justo unos días antes de anunciar su traslado inminente, nombró al obispo de Teruel titular de Cartagena, con lo que vuelve a dejarnos otra diócesis vacante. Pero lo que no tiene nombre es que Monseñor Monteiro no haya logrado imponer la disciplina eclesiástica en Lérida, ordenando la inmediata restitución a la diócesis de Barbastro-Monzón de las 113 piezas de arte religioso que custodia la diócesis leridana, cumpliendo, así, las reiteradas sentencias de la Signatura Apostólica que, en una de ellas, llegó a poner una fecha límite al obispo de Lérida para que proceda a la devolución de los bienes. Sobre esto, recuero un artículo que Antonio García Cerrada publicó en “Heraldo de Aragón” poco antes de su muerte, en el que se dirigía a Monteiro y le decía:”Usted tiene la palabra, señor Nuncio”. Ciertamente no sabemos qué palabra tuvo y cuál no tuvo, pero el resultado es que no ha impuesto la disciplina eclesiástica sobre la sede leridana y que no ha resuelto diplomáticamente la disputa que lleva en este asunto la Generalitat catalana. Monteiro de Castro es más bien, para los aragoneses, un Nuncio para olvidar. Se tomó gran interés en el pabellón de la Santa Sede para la Expo, pero en los temas importantes, nos deja la casa sin barrer.

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