domingo, 16 de diciembre de 2012

CARTA A VICTORIA (VICKY SOTO)

Querida Vicky:
Te escribo mientras derramo lágrimas de dolor y de rabia contenida. Ya pasó todo: lo que nunca debió pasaar. Las crónicas de noticias dicen que salvaste a 7 niños que habías escondido en el armario. Otras detallan que llegaste a cubrir con tu cuerpo a algún pequeño intentando que las balas no traspasaran el tuyo y alguno de ellos puedira, así, llegar de nuevo al regazo de sus padres y de su hogar. Sea como fuere, has dado tu vida por los alumnos de tu clase. No estamos muy acostumbrados a saber de gente tan valiente y ejemplarizante como tú. Sí, sabemos que la mayor parte de las personas hacen bien su tarea y no salen en las noticias; que en los noticiarios se ve solo lo que se hace mal. Pero lo tuyo es de una humanidad a la que no estamos acostumbrados. Porque, eso que hiciste no estaba en tu contrato de trabajo, ¿verdad? No forma parte de las obligaciones de una maestra salvar la vida de sus alumnos cuando entra en tu aula y poner tu cuerpo delante de las armas del loco para que te mate a ti y no a alguno de tus niños. La verdad, saber que hay gente como tú anima a seguir adelante. Porque tú ya estabas y hasta el viernes no supimos de lo que eras capaz. En verdad, nunca debimos saberlo. Pero lo que ocurrió, ocurrió y lo que hiciste quedó hecho. Y las consecuenicas de tu hacer las podemos apreciar ahora para lo bueno y para lo malo.

¡Qué espanto! ¡Ir a matar niños y niñas de 6 y 7 años! Seguro que en esos momentos, todo pasó muy rápido pero os parecería un infierno de duración ilimitada. Aun así te dio tiempo a reaccionar y a proteger a tus chicos escondiéndolos en el armario. Si esos seis niños no huberan tratado de huir afectados por el espanto -algo natural en ellos-, posiblemente los habrías podido salvar a todos. Así de bien hiciste las cosas; así de bien conocías la teoría y así de bien lo hiciste en la prácitca. A los siete que se salvaron los salvaste tú, Vicky. No cabe duda alguna de que fue tu pronta y acertada reacción lo que logró salvarlos. La pena es que no pudiste salvar a los otros seis de tu clase. Los otros catorce eran la totalidad de los alumnos de otra aula. No se puede llegar a un grado de empatía tal que nos permita ponernos en tu lugar, pues la violencia extrema de ese muchacho (entró haciendo un butrón; disparó en el vestíbulo contra dos mujeres adultas; remató a cada niño hasta propinarles tres balazos a cada uno...), lo inesperado de los hechos y el terror de esos momentos imposibilitan que alguno de nosotros haya podido vivir algo semejante ni por asomo. Dicem también que solo las sirenas de la policía hiceron acabar con su propia vida al autor de esa masacre infantil. De no ser así, piensan que habría seguido con su matanza por otras aulas del colegio.

No queda otro remedio que aceptar el hecho, porque, por más vueltas que le demos, no podremos llegar a comprenderlo ni a ponerlo siquiera en el plano de lo racional, pues nada, excepto un fallo social de escala desproporcionada, puede explicar un hecho así. Y digo un fallo social porque es un gran fallo de toda la sociedad americana, ya que ese joven de 20 años -Adam Lanza- que cometió esos crímenes espantosos debía estar en situación de atención vigilada. Porque estos hechos no se dan de la noche a la mañana. Alguien debía haber detectado antes que sus trastornos podían desembocar en una acción así, y haberlo podido prevenir. Su padre dice que tomaba medicación pero que no era violento. Vaya, pues menos mal que no era violento; pero, si vivía con su madre, ella, el psicólogo, sus profesores, debían haber previsto una reacción así a un conflicto que, al parecer, pudo tener el día anterior con el personal del colegio. Por otra parte -qué paradoja-, las armas que su madre coleccionaba para defenderse fueron las que la mataron a ella y a las otras 26 personas que cayeron en el colegio.

Solo podemos decirte "gracias", Vicky. Gracias por tu buen hacer, por tus concimientos y por tu reacción acertada. Pero, sobre todo, gracias por tu generosidad. No pudiste evitar la tragedia, pero evitasque que se extendiera a siete vidas más, a siete familias más. Y diste tu vida para lograrlo. No podías dar más, pues dar la vida es darlo todo, el máximo de cualquier escala de medición. Estamos a tan solo ocho días de celebrar la Navidad. Va a ser más difícil este año, pero te prometo que, cuando miremos al Niño, te recordaremos, daremos gracias por ti, por tu vida, por tu sacrificio; recordaremos una vez más esta nueva "matanza de los Inocentes" y adoraremos al Niño-Dios mientras pensamos en cada uno de los alumnos y compañeros que cayeron contigo. ¡¡Gracias, Maestra!!

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