domingo, 10 de octubre de 2010

TOROS, ECOLOGÍA... ¿Y QUIÉN PROTEGE AL HOMBRE?

Aparentemente, es una cuestión de lentes. Las hay cóncavas, convexas, que
engrandecen, que empequeñecen, que ensanchan o que estrechan; las hay
también con filtros: se puede ver todo verde, todo azul, todo rosa, todo
rojo... Es una gran contradicción que Cataluña prohíba las corridas de toros y
garantice otros espectáculos de ensogados, embolados, etc., con el pretexto
de que en la lidia el toro muere y en los otros espectáculos no. No me
interesa entrar ahora en el análisis de esta contradicción. Quiero más bien
aterrizar en la conciencia que hay en la sociedad a la hora de proteger a los
animales; de crear programas de repoblación del oso pardo en el Pirineo; de
luchar por la no extinción del quebrantahuesos o del urogallo en el Norte de
España, y del lince ibérico en Doñana. Son iniciativas verdaderamente loables
que cuestan mucho dinero que valoran la vida de la creación; son el ejercicio
de nuestra responsabilidad de cuidar lo que se ha puesto en nuestras manos.
Lo son también los intentos del cuidado de la biosfera, de cuidar la capa de
ozono, de reducir los gases de efecto invernadero y de salvar el hielo del
Ártico como proteger los arrecifes de coral en Australia.

Es, sin embargo, una gran contradicción defender todo esto al tiempo que se
está a favor del aborto o de la eutanasia. Resulta que los mismos partidos que
votan en los parlamentos estas medidas de protección del Medio Ambiente y
la naturaleza son los que también han votado a favor de la ampliación del
aborto y los que están preparando una ley para aplicar la eutanasia. Y lo que
al principio decía yo, que parecía una cuestión de lentes o de filtros, pues no
lo es. Es una cuestión de ideologías. Ideologías contradictorias y perversas.
Ideologías que valoran al rey de la creación por debajo de las demás criaturas
que le acompañan y a las que puede y debe someter responsablemente.

Y digo que es una cuestión de ideología porque parte de un principio
ideológico falso y equivocado, pero ideológico al fin y al cabo: “la libertad de
la mujer a la hora de elegir seguir o no con su embarazo” y el “derecho a la
autonomía de la mujer por encima de cualquier otro bien”. Esto ya lo recoge
la ley española aprobada este año. Pero, cuidado, porque el Consejo de
Europa está estudiando definir el aborto como un “derecho” de la mujer. ¿Tan
complicado es ver una vida humana en un embrión o en un feto? ¿Tan difícil es
reconocer que si lo dejamos seguir su proceso nacerá un ser humano y que si
lo interrumpimos estamos suprimiendo un ser humano? Entre la Declaración
Universal de los Derechos Humanos sí figura el derecho a la vida y no figura el
“derecho” al aborto. Y no figura porque no lo es. Pero vamos camino de crear
un nuevo artículo que lo contemple. Los intelectuales que ven esto con
claridad deberían intervenir en la sociedad, abriéndose paso en los medios de
comunicación, para establecer el debate en la centralidad del derecho. Eso
sería ir al grano, y dejar de distraer con planteamientos circundantes y
secundarios. No es ningún derecho que un ser humano pueda suprimir a otro
ser humano. Y si se niega este principio, se niega la fundamentación del
propio derecho.

Y ¿saben quién está centrando bien el tema y quién defiende a los que no
pueden defenderse por sí mismos, como voz crítica en estos asuntos? Pues
esos que son tachados de retrógrados en nuestra sociedad: Pensadores,
filósofos, médicos, científicos que han creado los movimientos pro-vida, y las
Iglesias cristianas, particularmente, la Iglesia Católica. Pero, claro, para
desautorizarlos, hay que convencer al personal de que lo que ellos dicen no es
progreso. El progreso es que vale más la vida de un toro que la de un niño que
va a nacer o la de un anciano que se acerca al final de sus días. Como diría mi
abuela: “Ya no se puede llegar a más”. Por favor, detengan esta escalada,
pero centrándola en el conflicto de derechos y en el debate de las ideologías;
no basta con manifestaciones en las puertas de los abortorios. Hay que
debatir en el plano de las ideas, de los planteamientos y, cómo no, de la
educación en el ámbito familiar.

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