Hace un mes dediqué mi comentario a la violencia racista, y alguien me respondió, a través de mi blog, mostrándome su acuerdo con el contenido, pero me recriminaba que sólo hiciera referencia a ese tipo de violencia cuando toda violencia es rechazable. Estoy totalmente de acuerdo, pero creo que hay algunas peculiaridades en la violencia racista y en la violencia de género que merecen considerarse en sí mismas y por separado. Partiendo de la base de que toda violencia puede y debe ser rechazada, me centro hoy en la consideración de la violencia doméstica a propósito del día contra la violencia de género, que se ha celebrado el 25 de noviembre.
En lo que llevamos de año, 70 mujeres han muerto en España a manos de sus parejas; 27 de las víctimas eran inmigrantes. Hace un año, se habilitó el número de teléfono 016 para que las mujeres que sufren malos tratos puedan llamar y recibir ayuda, protección y asesoramiento. Desde entonces, se han atendido 50.000 llamadas. Hace tres años, en 2004, que el Parlamento español aprobó la ley contra la violencia de género que propuso el Gobierno de Zapatero. En este período, se han dictado 70.000 órdenes de alejamiento a los maltratadotes. Las cifras indican una realidad alarmante. Viendo el número de víctimas mortales comparativamente con el de las llamadas y el de las sentencias, casi extraña que la cifra de víctimas no sea, incluso, mayor. No obstante, si los dos años anteriores la tendencia de las cifras de víctimas fue a la baja, el año 2007 se ha invertido y, a falta de un mes para acabar el año, la cifra supera ya la de todo el 2006. Y con estos datos, no sabemos bien hasta dónde podrá seguir ascendiendo a medio plazo.
Pero ¿qué está pasando? ¿Qué modelo horrendo de ser humano subyace en el maltratador? ¿Cómo un hombre puede dañar hasta la muerte a la persona que ama? Y ¿por qué esto se da de una forma tan extendida y habitual? El tema es bastante complejo porque la violencia machista se sustenta en el binomio amor-odio. Sobra decir que el comportamiento del maltratador es patológico y desequilibrado. Sin embargo, hay más. Esa patología nace de una baja autoestima del hombre violento. Éste siente sus propias frustraciones, pero, en lugar de buscar cómo superarlas, lo que hace, habitualmente, es culpabilizar a la mujer y cargar sobre ella su propia responsabilidad. Eso se manifiesta en forma de celos y de envidias; comienzan las prohibiciones (de relacionarse, por ejemplo), los reproches, los gritos, las amenazas, la intimidación. Se vigilan sus pasos, se le espía, se desconfía permanentemente. Después de esto, el siguiente paso es la violencia física. En muchos casos, los cuchillos de la cocina se convierten en armas mortales contra la mujer. Es la concepción machista de la vida y de la supuesta superioridad de la dignidad masculina, que, al sentirse impotente para imponerla –porque no existe y es una falacia-, usa su superioridad física, su fuerza bruta contra quien puede menos en ese campo. Y en esto, ya, nada tiene que ver el amor. Estas conductas responden al odio que sienten hacia su pareja porque ven en ellas lo que ellos no tienen. Muchos de ellos, han sido también víctimas de malos tratos durante su infancia. Generalmente, estas situaciones abundan más entre las personas con una escasa formación intelectual y académica, y se constata que el riesgo es mucho mayor (hasta seis veces más, según informes de Amnistía Internacional) entre la población inmigrante.
Ante esta situación, la única salida que tiene la mujer es denunciar al marido y dejarle. Unas veces por los niños, otras por los propios temores, y otras por la inseguridad, la mujer lo lleva y lo llora en silencio esperando que el hombre recapacite y cambie. No es imposible, pero para eso el maltratador tiene que comenzar por reconocer su error y por manifestar indicios claros de querer cambiar, cosa que normalmente no se da porque es reconocer que la culpa está en él y, como ya he dicho, tiende a responsabilizarla a ella. Aun así, si el hombre ha cambiado pero luego reincide, se puede dar el caso por perdido. Si no hay una primera vez, no puede haber otras, pero cuando esa primera vez ha sucedido, la siguiente puede venir en cualquier momento. No obstante, que un maltratador cambie es algo que no depende de la mujer, sino sólo de él; lo cual lo hace muy poco probable. Si una mujer decide esperar a ver si su hombre cambia, la espera debe tener un plazo, y un plazo más bien corto, pues, a medida que pasa el tiempo, crece la posibilidad de acabar muerta a manos del marido.
Es curioso constatar cómo muchas de las víctimas se encontraban en proceso de separación. “La maté porque era mía” o “si no eres mía, no serás de nadie más” son las ideas machistas subyacentes a estos actos de asesinato. El asesino “sienta su autoridad” dando muerte a la mujer respondona y contestataria porque se cree en el derecho y el deber de “sentar su autoridad sobre ella”. Es penoso, más propio de otros tiempos, superados hace siglos, pero fatalmente realista. Esta realidad supone una lacra social tremenda y va a haber que hacer algo y pronto al respecto.
¿Soluciones? La primera, la educación. Empezando por los niños y por la escuela, pero también hacia los matrimonios y las parejas. Hay que educar en la igualdad, en la dignidad igual de toda persona y en respeto que cada ser humano merece. La creación de escuela de padres. Habría que incentivar desde el Estado la participación de las parejas en cursillos específicos. La Iglesia imparte a los novios cursillos prematrimoniales, pero debería organizarlos la sociedad civil también para los que no se casan por la Iglesia. Por otra parte, el maltratador declarado (denunciado) no puede campar a sus anchas sin recibir ningún tipo de atención; habría que arbitrar algún sistema para obligarle a recibir algún tipo de tratamiento regenerativo (a semejanza del conductor negligente que debe volver a pasar por la autoescuela), embargándole parte de la nómina, por ejemplo, y devolviéndosela después de la terapia. Proteger a la mujer es prioritario, pero también hay que ocuparse del maltratador antes de que se convierta en un asesino. Las campañas publicitarias están bien, pero son insuficientes. Está claro que la ley del 2004 tampoco ha sido lo suficientemente eficaz; habrá que modificarla en breve o hacer otra nueva. Pero todo esto conviene pararlo cuanto antes, pues debemos preguntarnos qué clase de sociedad estamos creando y qué es lo que no funciona en ella para que no sepamos detenerlo.
En lo que llevamos de año, 70 mujeres han muerto en España a manos de sus parejas; 27 de las víctimas eran inmigrantes. Hace un año, se habilitó el número de teléfono 016 para que las mujeres que sufren malos tratos puedan llamar y recibir ayuda, protección y asesoramiento. Desde entonces, se han atendido 50.000 llamadas. Hace tres años, en 2004, que el Parlamento español aprobó la ley contra la violencia de género que propuso el Gobierno de Zapatero. En este período, se han dictado 70.000 órdenes de alejamiento a los maltratadotes. Las cifras indican una realidad alarmante. Viendo el número de víctimas mortales comparativamente con el de las llamadas y el de las sentencias, casi extraña que la cifra de víctimas no sea, incluso, mayor. No obstante, si los dos años anteriores la tendencia de las cifras de víctimas fue a la baja, el año 2007 se ha invertido y, a falta de un mes para acabar el año, la cifra supera ya la de todo el 2006. Y con estos datos, no sabemos bien hasta dónde podrá seguir ascendiendo a medio plazo.
Pero ¿qué está pasando? ¿Qué modelo horrendo de ser humano subyace en el maltratador? ¿Cómo un hombre puede dañar hasta la muerte a la persona que ama? Y ¿por qué esto se da de una forma tan extendida y habitual? El tema es bastante complejo porque la violencia machista se sustenta en el binomio amor-odio. Sobra decir que el comportamiento del maltratador es patológico y desequilibrado. Sin embargo, hay más. Esa patología nace de una baja autoestima del hombre violento. Éste siente sus propias frustraciones, pero, en lugar de buscar cómo superarlas, lo que hace, habitualmente, es culpabilizar a la mujer y cargar sobre ella su propia responsabilidad. Eso se manifiesta en forma de celos y de envidias; comienzan las prohibiciones (de relacionarse, por ejemplo), los reproches, los gritos, las amenazas, la intimidación. Se vigilan sus pasos, se le espía, se desconfía permanentemente. Después de esto, el siguiente paso es la violencia física. En muchos casos, los cuchillos de la cocina se convierten en armas mortales contra la mujer. Es la concepción machista de la vida y de la supuesta superioridad de la dignidad masculina, que, al sentirse impotente para imponerla –porque no existe y es una falacia-, usa su superioridad física, su fuerza bruta contra quien puede menos en ese campo. Y en esto, ya, nada tiene que ver el amor. Estas conductas responden al odio que sienten hacia su pareja porque ven en ellas lo que ellos no tienen. Muchos de ellos, han sido también víctimas de malos tratos durante su infancia. Generalmente, estas situaciones abundan más entre las personas con una escasa formación intelectual y académica, y se constata que el riesgo es mucho mayor (hasta seis veces más, según informes de Amnistía Internacional) entre la población inmigrante.
Ante esta situación, la única salida que tiene la mujer es denunciar al marido y dejarle. Unas veces por los niños, otras por los propios temores, y otras por la inseguridad, la mujer lo lleva y lo llora en silencio esperando que el hombre recapacite y cambie. No es imposible, pero para eso el maltratador tiene que comenzar por reconocer su error y por manifestar indicios claros de querer cambiar, cosa que normalmente no se da porque es reconocer que la culpa está en él y, como ya he dicho, tiende a responsabilizarla a ella. Aun así, si el hombre ha cambiado pero luego reincide, se puede dar el caso por perdido. Si no hay una primera vez, no puede haber otras, pero cuando esa primera vez ha sucedido, la siguiente puede venir en cualquier momento. No obstante, que un maltratador cambie es algo que no depende de la mujer, sino sólo de él; lo cual lo hace muy poco probable. Si una mujer decide esperar a ver si su hombre cambia, la espera debe tener un plazo, y un plazo más bien corto, pues, a medida que pasa el tiempo, crece la posibilidad de acabar muerta a manos del marido.
Es curioso constatar cómo muchas de las víctimas se encontraban en proceso de separación. “La maté porque era mía” o “si no eres mía, no serás de nadie más” son las ideas machistas subyacentes a estos actos de asesinato. El asesino “sienta su autoridad” dando muerte a la mujer respondona y contestataria porque se cree en el derecho y el deber de “sentar su autoridad sobre ella”. Es penoso, más propio de otros tiempos, superados hace siglos, pero fatalmente realista. Esta realidad supone una lacra social tremenda y va a haber que hacer algo y pronto al respecto.
¿Soluciones? La primera, la educación. Empezando por los niños y por la escuela, pero también hacia los matrimonios y las parejas. Hay que educar en la igualdad, en la dignidad igual de toda persona y en respeto que cada ser humano merece. La creación de escuela de padres. Habría que incentivar desde el Estado la participación de las parejas en cursillos específicos. La Iglesia imparte a los novios cursillos prematrimoniales, pero debería organizarlos la sociedad civil también para los que no se casan por la Iglesia. Por otra parte, el maltratador declarado (denunciado) no puede campar a sus anchas sin recibir ningún tipo de atención; habría que arbitrar algún sistema para obligarle a recibir algún tipo de tratamiento regenerativo (a semejanza del conductor negligente que debe volver a pasar por la autoescuela), embargándole parte de la nómina, por ejemplo, y devolviéndosela después de la terapia. Proteger a la mujer es prioritario, pero también hay que ocuparse del maltratador antes de que se convierta en un asesino. Las campañas publicitarias están bien, pero son insuficientes. Está claro que la ley del 2004 tampoco ha sido lo suficientemente eficaz; habrá que modificarla en breve o hacer otra nueva. Pero todo esto conviene pararlo cuanto antes, pues debemos preguntarnos qué clase de sociedad estamos creando y qué es lo que no funciona en ella para que no sepamos detenerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario