domingo, 5 de septiembre de 2010

LA GENTE DE DIOS Y EL DIOS DE LA GENTE

Hacía años que querría yo haber probado qué tal le sentaban a mi salud las
condiciones climatológicas de las islas Canarias. Se brindó la ocasión para la segunda
quincena del agosto que acabamos de pasar, que con olas de calor propias de la
península, no dio tiempo a poder comprobar lo que pretendía. Y cuando digo que se
brindó la ocasión, no me refiero a un viaje vacacional, sino que Alexis, que tiene 42
años y que se ordenó de cura hace tres, llevaba otros tantos años sin vacaciones, y,
como quiera que después de más de mil días de entrega generosa y agotadora en tres
parroquias del Sur de la isla, pensó en visitar a un amigo suyo en Santander, anduvo
buscando quien se hiciera cargo de sus parroquias durante veinte días para poder
ausentarse sin desatender al personal. Y por esas “casualidades” que Dios dispone
por razones que comprendemos a veces y que se nos escapan otras muchas, me llegó
la onda a mí y me apunté. Como en esto de gastos los curas siempre andamos mal,
me facilitó la cosa poniendo él la mitad del pasaje de avión y dejando para mí el
gasto de la otra mitad. Y, como también por una de esas “casualidades” yo tuve que
adelantar el viaje un par de días y él tuvo que retrasarlo otro par de días, aún
pudimos conocernos. Y en él pude ver a esa gente de Dios de la que hablo. Ya he
mencionado cosas que percibí de este hombre de aspecto gigantesco y bonachón,
pero lo que verdaderamente confirma su personalidad como hombre de Dios es oírle
a la gente hablar de él. Cómo le quieren y cómo reconocen su entrega, su valía, su
alegre dedicación y renuncia.

Pero la gente de Dios había aparecido ya a mi llegada al aeropuerto del Sur a eso de
la medianoche. Allí me esperaban Merche y Albert. Ella es catequista, leonesa de
origen, y lleva un año de baja por una lesión mal tratada; él es venezolano y trabaja
como camarero en un restaurante. En los escasos quince minutos que duró nuestro
viaje hasta la localidad de El Fraile me contaron en grandes pinceladas su historia de
amor y la importancia que había tenido Alexis en su familia. Ellos viven en la casa
parroquial, en la primera planta, bajo el piso del sacerdote. Ya al llegar allí, Dios me
fue mostrando más gente de la suya; eran sus tres hijos: Marcos, Celia y Azucena.
Qué gente más buena. Qué seguridad da vivir estando ellos a quince escaleras. Qué
atención, qué gran voluntad de ayudar, de acoger, de ser útil... Qué calor familiar
me proporcionaron. Ante cualquier duda sobre la casa, usábamos el “interfono”
interior: las ventanas del patio de luces; y en treinta segundos, uno de ellos cinco ya
había subido a resolver lo que fuera.

Azucena, la peque, es una niña encantadora. Le gustaba ir a la playa conmigo. Lo
malo es que fueron escasas las ocasiones en que pudimos ir, pero aún lo conseguimos
un par de veces. Ella y Celia no me decían nada, pero me acompañaban porque saben
que el mar esos días estuvo picado y que el Atlántico, por las playas adustas y
rocosas del extremo de la isla, puede ser bastante traidor y cobrarse vidas sin previo
aviso; y, como no son lugares turísticos, no hay banderas, ni socorristas, ni nada, sólo
el cuidado de los unos por los otros, la compañía y la solidaridad de los amigos. Ellas
venían conmigo y no me quitaban ojo de encima por si acaso. Eran mis particulares
“vigilantes de la playa”. Con Marcos hice un trato especial. Un tío de 16 años y 1, 90
de estatura. Había estado hasta el pasado año en el seminario menor de la diócesis.
Venía a la iglesia y me preparaba la sacristía. Además toca la guitarra y el órgano. La
primera mañana vi que mi vitrocerámica no tenía mandos. Los busqué incluso por los
cajones. Una llamada por el “interfono” y Marcos me mostró el funcionamiento
táctil, como si fuera un iphone4, de tan moderno electrodoméstico. Si no es por él,
no hago la comida ese día. Luego me acompañó a muchos lugares; incluso planchó mi
ropa y me dedicó un bello dibujo, cosas, ambas, que me conmovieron. Tuvimos
conversaciones serias y profundas. Tiene que madurar, pero posee un gran potencial
para ello, y yo sé que lo hará. Es un gran dibujante y un buen atleta. Realiza unos
ejercicios que te dejan con la boca abierta cuando está inspirado. “Brike” creo que
le llama él. El atletismo le va a ayudar mucho a superarse. Quiere alcanzar metas en
la vida a través del deporte y, si se lo propone en serio, lo logrará; seguro. Hemos ido
juntos al cine, hemos comido gominolas, hemos cenado, hemos rezado y cantado... Y
muchas de esas actividades, las hemos hecho a tres bandas, con Kevin.

Otra de esa gente de Dios. Kevin es un seminarista que comienza esta semana
tercero de Teología en el seminario de La Laguna. Es una persona en la que Alexis
confía, pues es afable y risueño, posee un buen espíritu de servicio y de sentido
litúrgico, y atiende el despacho parroquial dos días por semana. Alexis le encargó
que no me dejara solo y que me llevara los ratos libres a conocer cosas de la isla.
Hemos convivido bastante Kevin y yo. Ha sido un gran compañero y amigo; y fui feliz
la víspera de mi regreso cuando, habiéndolo acompañado a La Laguna, le
comunicaron que había aprobado el examen de conducir. Estaba pletórico. Que se
salía, vamos. Pero de verdad; no sólo como expresión; estaba fuera de sí mismo. No
cabía dentro de sí (y eso que su cuerpo admite bastante capacidad...)

Pero hay más gente de Dios. En la parroquia de El Fraile me tocó el privilegio de
tener que anunciar que Fran, de 21 años, tras haber acabado los estudios de trabajo
social, había decidido ingresar en el seminario este mismo viernes, día 3, para ser
cura. Tuve que ser yo mismo quien se lo dijera por teléfono a su propio párroco y,
puesto que ya no había más domingos antes del 3 de septiembre, yo mismo tuve que
anunciarlo y presentarlo a la comunidad. Todos lo recibieron con un fuerte aplauso,
incluso venían a abrazarlo durante la misa. Al terminar, todos le felicitaban. Sus
padres tienen una tienda en el pueblo y su padre se había tenido que quedar porque
era el sábado por la tarde. También con Fran tuve algún paseo y algunas
conversaciones largas y profundas sobre el sentido de la vida, de la vocación, del
camino hacia el sacerdocio, de las seguridades e inseguridades... También alguna de
esas cenas fueron a cuatro bandas, incorporado él a nuestro terno
.
Y la gente de Dios estaba también en las otras parroquias: Guaza y Parque de la
Reina. Carmen me llevó a Guaza en su coche mi primer día de estancia. Vino a
recogerme y hablamos de las cosas de la parroquia y de las cosas de Dios. Cuida niños
en una guardería de verano, pero esa tarde tenía libre para poder llevarme y
traerme. Allí, en Guaza, estaba Maroa; una mujer dominicana que vive con sus tres
hijos y que se cuida de la atención del templo. El templo es un local provisional, muy
antiguo, que un señor de Dios presta desinteresadamente hasta que se construya el
propio templo parroquial, pues la parroquia fue erigida en 2006 y todavía no cuenta
con su propia iglesia. Pierre y su mujer son dos negritos que traen siempre a su hijo
Vicente, que tiene dos años y le gusta cambiarse de banco en banco y acompañar a
los demás feligreses que están en la misa. Nos llena de ruidos y de alegría.

Don Pedro me recogió en casa al día siguiente para celebrar en Parque de la Reina.
También es una parroquia de nueva creación. Hicieron en un solar los locales para la
catequesis, con idea de levantar sobre ellos el templo. Hasta que eso suceda, la misa
se celebra en el salón de actos. Tiene Pedro un hijo sordomudo que se ocupa de que
todo esté a punto para la liturgia. Sigue las lecturas con la hoja diocesana y además
es artista. Varios cuadros e imágenes que contiene el salón son obra de sus manos.
También un matrimonio joven se encarga de tener ordenadas las salas, de abrir y
cerrar, de hacer las lecturas en la misa. Lo que digo, gente de Dios.

Algunas de estas cosas las escribo con emoción, y todas, con agradecimiento. Mi
experiencia es esa; que en todas partes hay gente de Dios. Puedes ir a un sitio
desconocido, lejos de tu casa, con gente desconocida, un poco “a la aventura”, o “a
ver qué pasa”; pero siempre te encuentras gente de Dios. Personas generosas y
entregadas que conocen el mensaje de Jesús, que lo hacen vida y que son testimonio
para otros. Gente que tiene experiencia de Jesucristo y que le es fiel, que viven por
él y para él; que corren riesgos; que no les importan los inconvenientes; y que
cuando va un cura, lo reciben como eso, como a un sacerdote de Jesucristo, como
aquél que ha sido escogido y enviado por él a predicar su Palabra, a consagrar el pan
y el vino, a alimentar a su pueblo con la Eucaristía y con los sacramentos. Ellos
esperan que sea un hombre de Dios, que haga aquello para lo que ha sido llamado,
que viva como ha aprendido a vivir de parte del Maestro, que sea voz de consuelo y
de esperanza; que no se encumbre sobre los demás, sino que, con sencillez, sepa
ponerse a su altura para que todos le entiendan. Y entonces reaccionan así.
Desde luego, en esas parroquias tinerfeñas se nota que ha habido sacerdotes que han
sido verdadero testimonio y que han trabajado haciendo muy bien las cosas. Mi
reconocimiento y gratitud hacia todas las personas que han entrado en contacto
conmigo en estos días y un cariño especial hacia todas las que nombro en este
artículo. Quién sabe si, después de otros tres años, Alexis se tome otras vacaciones y
pueda yo, de nuevo, sustituirle en El Fraile, en Guaza y en Parque de la Reina.

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